Ojos que brillan

7 noviembre 2022

En el pasado mes de agosto de este 2022, el amigo Josan escribía en su artículo “Creo en las lágrimas” que “junto a las alegrías, emociones, luchas, esfuerzo, y preocupaciones que compartimos con los chavales, cuando toca, compartimos las lágrimas”. Lágrimas que a veces son causadas por la tristeza, como el caso que él explicaba, y otras, por la alegría.

Oí una frase al pedagogo J.M. Toro, que decía: “Cuando el corazón se derrama, a veces de pena, otras muchas de alegría, también se derrama por los ojos”. Todavía hay quien considera que no llorar es una muestra de fortaleza, cuando en muchas ocasiones es señal de resistencia (a aceptar y expresar una emoción, por ejemplo).

He visto muchas lágrimas, muchos ojos brillantes en los rostros de muchos jóvenes y adolescentes (también los míos, mis ojos, han derramado muchas, por qué no decirlo), en encuentros, en celebraciones, en Campoboscos… y puedo asegurar que la mayoría de las veces no eran lágrimas causadas por el simple hecho de encontrarse juntos (que muchas veces el ambiente ya lo provoca, ciertamente): en esos ojos brillantes he visto la acción de Dios en el corazón de las personas, incapaces de expresar con palabras lo que sentían (su llamada, sus insinuaciones, con una mezcla de alegría, de sorpresa y de miedo, de incertidumbre y de profunda confianza, de fuerza y de desconcierto, de debilidad fortalecida por un profundo sentimiento de saberse queridos…) Y esos momentos, esas lágrimas han tenido, en muchos casos, la virtud de dar un impulso de calidad al proceso de crecimiento personal y de crecimiento en la fe, con todo lo que supone de compromiso y de maduración de las opciones de vida.

No quiero decir con esto, por supuesto, que tenemos que estar siempre llorando. Sí quiero expresar dos cosas: una primera es que de vez en cuando creo que es bueno, además de bonito, ver, y creer, que lo que hemos hecho y lo que hacemos tiene sentido y da sentido a nuestra vida, que en todo ello Dios ha estado y está presente, que estamos siendo fieles a la llamada que en algún momento sentimos a dedicarnos a acompañar a los jóvenes y ayudarles a crecer. Todo esto, con la necesaria dosis de humildad, se puede contemplar personalmente, pero también en equipo; seguro que fortalecerá nuestra unión y fraternidad. Y repito que creo que esto es bueno, y también bonito, si nos provoca una emoción positiva, fruto del agradecimiento y de una humilde satisfacción. Recordemos las lágrimas de Don Bosco, en la eucaristía de aquel 16 de mayo de 1887, cuando fue consciente de que su vida había sido un milagro, una realidad sostenida por la presencia de Dios y de María.

Y segunda cosa: nos tenemos que seguir preparando, nos tenemos que seguir trabajando (personalmente, en equipo, en grupo). Porque aún tenemos que hacer brillar los ojos de muchos chicos y chicas, adolescentes y jóvenes que esperan de nosotros una presencia animadora que les ayude a ir dando sentido a su vida.

Pepe Alamán, sdb.

 

 

 

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