El camino de la humanidad a lo largo de la historia ha sido el camino por la conquista de la libertad, de las libertades. Un camino, no siempre en línea ascendente o recta, descubriendo la dignidad de la persona y creando sistemas jurídicos para proteger esa dignidad que se concreta en la defensa de las libertades individuales.
Entre estas libertades, son especialmente necesarias aquellas que se refieren a los aspectos íntimos de la persona, como la libertad de conciencia, de expresión o libertad religiosa. Vivimos en un tiempo en el que convendría extremar el cuidado para que, esas libertades, no sean menoscabadas en la práctica en la vida pública.
Llama la atención, en la época de la tecnología digital que permite como nunca antes la difusión de ideas, el deterioro que se está produciendo en, por ejemplo, la libertad de expresión. En la comunicación es clásica la teoría de la espiral del silencio que explica cómo las personas tienden a silenciar sus opiniones por temor a expresarlas cuando perciben que son minoritarias y que al expresarlas podrían sufrir rechazo, animadversión o incluso hostilidad por parte del entorno.
La espiral del silencio
En las redes sociales se observa precisamente esto. Frente a las posibilidades que ofrecen para el diálogo y la discusión de ideas, propuestas, leyes, etc., parece abundar el griterío, la descalificación, el trazo grueso y burdo sobre las opiniones del otro. Es especialmente preocupante que esto suceda ante propuestas legislativas que quieren imponer “arbitrariamente una única concepción antropológica”. Así se refieren los obispos españoles, en una nota publicada el pasado 10 de octubre, a las leyes sobre el aborto o sobre las personas trans. Algo parecido sucedió con la ley que regulaba la eutanasia.
Ante temas complejos legal, filosófica y científicamente, que afectan a lo que entendemos por persona, sorprende la falta de debate sosegado sobre estas situaciones. Obviamente existen posturas encontradas y precisamente por eso es más necesario que la sociedad debata sobre esos temas. Especialmente los políticos, y los medios de comunicación, tienen una responsabilidad para favorecer ese diálogo dando voz a todas las opiniones, particularmente de expertos, ofreciendo la información y datos que sean relevantes y ayuden a la opinión pública a formarse una idea desde su visión de la vida y de la persona. Y esto no se puede hacer con prisas.
A los ciudadanos de a pie nos toca informarnos, buscar fuentes que puedan aportarnos puntos de reflexión, también desde opciones opuestas a las nuestras, para formarnos una opinión sobre los diferentes temas. Y expresar nuestras opiniones, respetando otras contrarias y exigiendo ese mismo respeto.
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