Con/Sin Biblia, con/sin crucifijo

De andar y pensar   |   Paco de Coro

7 diciembre 2022

“Conciencia, faro divino

de vida inocente y pura /

fantasma en la noche oscura

del alma que erró el camino.

Dios en su eterno destino

la Vida o la Muerte encierra /

del hombre sobre la tierra.

Si eres luz infinito cielo /

si eres noche infinita guerra”.

Y así y así, Don Bienvenido en la segunda elemental de Salesianos Atocha nos iba acercando a los clásicos “de memoria”, “de memoria” ¡qué horror! en la posguerra. Quizás equivoque alguna palabra pues me ha llegado de golpe ¡zas! después de 68 años. Entonces una fuerza interior me calentaba la cabeza y con violento impulso me incitaba a resistirme a aprender los poemas. Hoy, por el contrario, desencadenan una tarantela en la sangre y me salen palabras de guía turístico, porque sigo en la dirección que me pusieron mis mayores.

Yo pasé de los borceguíes de lana a la fe católica demasiado deprisa. Veo ahora nuestra ciudad en manos de gentes que la han vendido a las multinacionales. Veo a los turistas extranjeros que hacen pis por las calles, borrachos, veo a mis “nietos” casi en cueros de botellón en botellón y a las mujeres en minipantalones italianos. Veo que las conversaciones más normales se apoyan en tacos con tono expeditivo y tajante. Ya, ya sé que estas cosas ya existían desde hace tiempo, pero yo lo estoy recuperando ahora a la hora de apresar mi artículo de hoy.

Pero también veo que la guerra del 36-39, aquella guerra que finalizó hace casi ochenta años nos ha anestesiado. En otros sitios han acabado las guerras hace mucho, entre nosotros continúa. Finalizó la primera mundial y su cruenta posguerra. Finalizó la segunda mundial y su cruenta posguerra y su guerra fría. Pero la nuestra sigue. Yo no sé responder al por qué, no sé responder a casi nada, pero en el cuerpo se me va imponiendo una necesidad de decir cosas. Por una vez no quiero escurrir el bulto.

Amigo Javier, encabeza el artículo de hoy la “Jura de la Constitución por S. M. la Reina Regente, Doña María Cristina” de Jover Casanova y Sorolla Bastida (1897). Nada más y nada menos. El cuadro recoge el momento cumbre del juramento, en el que la Reina, viuda de Alfonso XII, vestida de riguroso luto, aparece acompañada de sus dos hijas de corta edad, las Infantas Mercedes y María Teresa, la pequeña que nos da la espalda –la menina de Salesianos Atocha-, también enlutadas. Detrás de ella, junto al trono, figuran sus damas de compañía, los jefes de Palacio y dos maceros que acompañaron a la Reina en su entrada y salida del Palacio de las Cortes.

Es el presidente del Congreso, Antonio Cánovas del Castillo, quien sosteniendo los Evangelios y acompañado de dos Secretarios de las Cortes más antiguos toma juramento a la Reina. Esta apoyando una de sus manos sobre las Sagradas Escrituras pronuncia la siguiente fórmula: “Juro por Dios y por los Santos Evangelios ser fiel al Heredero de la Corona en la menor edad, y guardar la Constitución y las Leyes. Así Dios me ayude y sea en mi defensa, y sino, me lo demande”.

La Reina Regente vive un momento agotador y no puede rendirse al cansancio ni a la rutina. Nombra en su juramento lo esencial: Dios y los Evangelios buscando elegancia y precisión, remitiéndolo todo a la responsabilidad que poseen los hechos, cuando se ha tenido el privilegio de estudiarlos, heredarlos, vivirlos, rezarlos. Hay lujo, emoción, inteligencia, tradición, que es el más avanzado progreso. Las piedras si juraran, lo harían de esa manera. La fórmula breve, firmada con una sigla sola: Dios y su herencia escrita.

Amigo Javier, de todas formas, ningún detalle ha desertado del momento, si se ha retrasado por el camino o dejado de creer en su minúscula necesidad: así que allí aparece en primer término a la derecha la figura del general Martínez Campos, acompañado de otros altos jefes militares, y al fondo, en segundo término, el entonces Presidente del Gobierno, Práxedes Mateo Sagasta, junto a los miembros de su Gabinete.

Y tal y como mandaba el ceremonial, todos los asistentes al acto permanecen de pie durante el juramento. Que los signos significan, porque en determinados momentos de la vida son tan importantes las formas como el fondo.

Claro que la conciencia y el honor pueden establecer un sistema de certezas parciales del cumplimiento de la ley, pero el movimiento animal de cualquier hombre viene de lejos: una inclinación, una herida, un sesgo… y errar el camino no sólo es fácil, sino inherente a nuestra naturaleza. Por eso nos hacen falta luces largas en los compromisos fuertes: matrimonio, sacerdocio… ¿No te parece, Javier, una especie de salvoconducto moral jurar por la Torah, el Corán, o la Biblia? ¿No te parece signo significativo la Media Luna, la Estrella de David, la Cruz de Nuestro Señor? ¿No te parece que nuestro Buen Dios no sólo está desapareciendo de nuestra sociedad, sino de algún lugar dentro de los políticos mismos y donde antes se encontraba la solidez de una permanencia, ahora le sucede el vacío de un silencio? Perdona que te insista Javier: con la desaparición de Dios y su herencia escrita en nuestras fórmulas, estamos desapareciendo también un poco nosotros, lo mejor de nosotros.

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