Artículo publicado en Vida Nueva el 10/12/22
Mi esposa, la diócesis de Rabat, es relativamente joven: tiene solo 67 años como diócesis, lo que no es nada en comparación con otras que son más que milenarias.
En nuestro matrimonio no tenemos hijos propios: todos son adoptivos, pero los queremos como si fueran nuestros, o más. Tenemos cristianos de más de cien países. La mayoría son jóvenes universitarios de diferentes naciones africanas.
No tenemos ningún sacerdote propio: son todos “de prestado”; una mitad pertenece a congregaciones religiosas y la otra está formada por sacerdotes de diversas diócesis africanas y europeas: les llamamos Fidei donum, es decir, “regalo de la fe”, lo que es bien bonito.
Pero, en sus primeros años, esta diócesis sí tuvo hijos propios. Es así que, al celebrar el centenario de la iglesia que ahora es la catedral de San Pedro, pudimos invitar a dos cardenales y tres arzobispos, los cinco nacidos y bautizados en Marruecos, concretamente en Rabat, Marrakech, Safi y dos en Mequinez.
Y ahora, uno de los cardenales, me sorprende con un email en el que me solicita su certificado de bautismo y de confirmación… porque próximamente va a ser, en Francia, padrino de un adulto que será bautizado. No creo que el párroco le haya exigido ese documento, porque el hecho de haber sido ordenado diácono, presbítero y obispo, siendo además cardenal, certifica y asegura sobradamente que el sujeto ha sido bautizado y confirmado…
Pero la norma es la norma, y el purpurado no ha querido prevalerse de su condición para evitarse el trámite. Me ha recordado a Jesús, poniéndose en la fila de los pecadores para ser bautizado por Juan; con toda razón, el Bautista le dijo que los papeles deberían invertirse. O también a María y José presentando a Jesús en el Templo, cuando ese niño era el verdadero y definitivo Templo en el que Dios habita en plenitud. Pero había que dar ejemplo y cumplir la ley…
Gestos todos ellos totalmente opuestos al del Sr. Obispo que, saliendo del aeropuerto, recorre ostentosamente la fila de quienes esperaban un taxi, se pone el primero saltándose la cola y toma el primer vehículo disponible (hecho real).
Pero quedémonos con el gesto bueno: el del cardenal que pasa por el tubo, como todo el mundo. Y para que no os pique más la curiosidad: estoy hablando del cardenal Philippe Barbarin.
Mons. Cristóbal López Romero, SDB
Cardenal arzobispo de Rabat
Ojalá que haya muchos cardenales que se pongan a la cola, que no es sino una versión de lo que hizo Jesús en la última cena, lavando los pies. Debería ser lo normal.
Saludos, amigo.