Soy la tentación de robar. Mi existencia es tan antigua como la humanidad. Mi dilatada experiencia me ha enseñado a socavar las conciencias más honradas.
Desde tiempos inmemoriales he sido fiel compañera de estudiantes ociosos y jaraneros. Ellos son una de mis especialidades. Ajusto mi paso a sus pies; ofrezco soluciones rápidas a su escasez de dinero; les prometo alegrías fáciles. Muchos sucumben al instante, deslumbrados por el brillo de los placeres que se compran.
Todavía recuerdo a los estudiantes de Chieri; pequeña ciudad que acogía un nutrido grupo de muchachos campesinos convertidos en estudiantes. Algunos de ellos, -desertores del arado y la azada-, zanganeaban en lugar de aplicarse al estudio.
Mi estrategia era sencilla: les acompañaba en sus vagabundeos por calles y tabernas. Cuando precisaban dinero para sus entretenimientos, aparecía yo con palabras persuasivas: “Amigo, es hora de despertar. Hay que aprender a vivir en el mundo. Apáñate para obtener dinero y podrás gozar de los placeres de la vida”. Y ellos caían en la tentación. Muchos robaban a sus patronos e incluso a sus padres.
Sin embargo, mis estratagemas seculares no lograron doblegar la conciencia de un muchacho llamado Juan Bosco. Me convertí en su sombra. Me disfracé con la imagen de sus compañeros. Halagué su amor propio… ¡Todo en vano!
La recia fe cristiana que había aprendido de su madre, fue el muro contra el que se estrellaron mis propuestas. Nunca cedió. Quería y respetaba a su madre. No la defraudaría por nada del mundo.
Confiado en mi experiencia, seguí insistiendo. Semanas después hube de reconocer que le había minusvalorado. Aquel chaval, haciendo gala de una honradez poco común y una fe inquebrantable, me desafiaba públicamente. Incluso consiguió que sus amigos se unieran formando “La Sociedad de la Alegría”, para hacer frente a mis insinuaciones. Algo molesta, decidí olvidarle y continuar con mi trabajo en otros lugares.
Transcurrió el tiempo. El azar hizo que volviera a encontrarme con Juan Bosco muchos años después. Era sacerdote. Educaba a los chicos pobres y abandonados de la ciudad de Turín. Pensé que sería fácil infiltrarme en las conciencias de sus muchachos; chavales pobres que tan sólo disponían de un poco de pan con el que mitigar el hambre… Nuevos fracasos. Aquel cura joven había conseguido hacer de cada muchacho un “honrado ciudadano”; baluarte de dignidad contra el que se derrumbaban mis propuestas de robo.
Para que la decepción no hiciera mella en mi dilatada historia de triunfos, decidí ir a lo seguro. Olvidándome Don Bosco y sus muchachos, puse cerco a la conciencia de los comerciantes que medran a costa de la explotación de los pobres; a la de los truhanes que venden su alma por placer; a la de los estafadores de guante blanco… Con ellos regresé al éxito. Me recuperé de las innumerables derrotas sufridas a manos de Don Bosco y sus muchachos.
Nota: Juan Bosco es un joven estudiante de 15 años en la ciudad de Chieri. Algunos compañeros le incitan a robar. Juan, recordando las enseñanzas de su madre, vence la tentación de robar y convence a sus amigos para que sean honestos e íntegros. Ya sacerdote, educará a los jóvenes del Oratorio para que lleguen a ser “honrados ciudadanos y buenos cristianos” (Memorias del Oratorio. Década Primara, nº 4).
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