Nuestro cuerpo es de madera. Está formado por dos palos largos y rectos. Cada palo tiene una especie de escalón para colocar los pies. Hemos gastado la vida haciendo las delicias de los chicos del Oratorio. Generaciones de muchachos se han divertido de lo lindo usándonos para caminar desde nuestra altura. Aupados sobre nuestros escalones han recorrido su pequeño mundo sintiéndose gigantes.
Es un arte mantener el equilibrio. Pero aquellos endiablados muchachos, no sólo conservaban la posición vertical, sino que corrían, danzaban y luchaban desde la elevación que les proporcionábamos.
Nuestra vida no siempre ha sido fácil. Hasta los zancos de madera sufrimos crisis.
Don Bosco nos encargó al mejor taller de carpintería. ¡Pagó por anticipado! El carpintero hizo una obra artesanal elegante y sólida. Nuestra primera crisis vino al vernos sometidos a uso y disfrute de aquellos chavales. En la carpintería habíamos imaginado una vida con brillo propio, bajo la carpa de algún circo. Soñábamos con el mundo del espectáculo. La función de la noche. Manos y pies de equilibristas expertos. El público. Los aplausos.
Pero aquellos sueños se derrumbaron. Nos vimos en manos de un centenar de muchachos ávidos de juegos. Nos agotaban. Compartíamos penalidades con un sinfín de aros, bochas, bolos, cuerdas, sacos, balones, velocípedos y aparatos de gimnasia.
Protestamos a Don Bosco. Pero él supo tocar nuestro corazoncito de madera. Nos convenció enseguida. ¡Cómo negarnos a jugar con sus niños obreros; esclavos condenados a trabajar más de doce horas diarias por un jornal de miseria! Así es que, nos aguantamos. Seguimos adelante por ellos. Crisis solucionada.
Meses después vino la crisis del transporte. Como Don Bosco no tenía un lugar fijo para recoger a sus muchachos, cada domingo los reunía en un lugar diverso. Igual animábamos los juegos en un prado que en una calle; en una plaza que en un solar. Incluso recalamos durante meses en los molinos del río Dora, donde se molía todo el cereal para la ciudad de Turín. ¡Hasta por entre las tumbas del Cementerio de san Pedro nos tocó hacer equilibrios! Aquello no era vida.
Nuevas protestas a Don Bosco. Pero en aquella ocasión él se lo tomó a la tremenda. Tras compararnos con los maderos de la cruz que hicieron sufrir a Jesús, nos dijo que hiciéramos lo que quisiéramos. Pero nos advirtió: ¡Si algún chico, por no poder jugar, se convierte en ladrón y termina en la cárcel, la responsabilidad será vuestra! Callamos. Pedimos perdón. Seguimos con él y con sus golfillos.
Por fin, el Cobertizo Pinardi. Tuvimos almacén propio y patio de juegos estable. Hicimos de los muchachos nuestra vida. Nunca nos hemos separado de Don Bosco. Hemos sido felices.
Pero hasta los zancos nos hacemos viejos. Tras varios tratamientos con barniz y aceite de linaza, Don Bosco ha decidido retirarnos. Ahora descansamos en el taller de carpintería del Oratorio. Esperamos con ilusión que manos de aprendices transformen nuestra madera en cruces para presidir las aulas: ese lugar donde los chicos de Don Bosco crecen y se elevan con la cultura para saber defenderse en la vida.
Nota. Abril 1846. Don Bosco traslada al cobertizo Pinardi, recién alquilado, los enseres de la iglesia y los juegos. Entre múltiples juegos, los zancos. (Memorias del Oratorio. Tercera Década, nº 1).
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