Al llegar estos meses de verano, me doy cuenta de como mi cabeza y mi cuerpo se resisten a perder el orden y las rutinas. “Aunque sea verano, todo tiene que seguir ordenado” me repito. Pero parece que evitar el descontrol es evitar imbuirte en esta estación que nos envuelve. Preocupada por ayudar a mis hijos a seguir creciendo felices y a vivir experiencias nuevas de aprendizaje, me planteo qué actividades puedo hacer con ellos que durante el curso no hemos tenido tiempo de hacer ni yo ni mi marido.
Desde junio hasta septiembre, nos encontramos con cuatro meses, sin extraescolares, sin prácticamente deberes, salvo los cuadernos de vacaciones, en definitiva, con muchas menos cargas lectivas, y da la sensación, aparentemente de que los niños están aprendiendo menos.
Sin embargo, estoy viendo, como cada día se está convirtiendo en una oportunidad para mis hijos de un aprendizaje distinto. Veo como, los hermanos se están descubriendo los unos a los otros, están aprendiendo a jugar juntos y son felices, aunque no sean los mejores amigos, o no tengan la misma edad. Veo como a veces se aburren, pero esto les obliga a discurrir, a pensar e inventar juegos con objetos cotidianos que echan a volar su imaginación: las más pequeñas han jugado a la peluquería con las pinzas de la ropa, los más mayores han sido caballeros y dragones con los flotadores y cubos de la playa.
Hay tiempo para hacer pulseras y collares con diminutas bolitas, jugar a las chapas, hacer largas excursiones en bici o pasar horas y horas a remojo en la piscina como si tuvieran branquias en lugar de pulmones. Esto sólo está permitido en verano, durante el curso, el ritmo frenético no lo permite.
Luego llega la parte más complicada. Cuando te piden: “Mamá, papá, juega conmigo”. A menudo se hace cuesta arriba, pues el calor hace que te pesen los músculos y sea imposible agacharte y sentarte el suelo. Intentas poner una excusa: “Cariño jugar a qué, mamá está ocupada”. La propuesta es sencilla y muy clara: jugar a mamás y papás, jugar a las cartas, ver de nuevo el álbum de cromos de monstruos, dibujar animales y paisajes, construir un castillo. En resumen, lo que para un adulto es “perder el tiempo”.
Pero una cosa lleva a la otra, y me doy cuenta de que esta propuesta de mis hijos es la respuesta a la pregunta que yo me hacía al principio “¿Cómo ayudo a mis hijos a seguir aprendiendo y creciendo felices en verano?” Ese perder el tiempo aparente, es la excusa perfecta para principalmente estar con ellos, y hablo de estar de verdad, involucrados en el juego (no de puntillas como tantas veces), y sobre todo con los más mayores, aprovechar el momento de juego para hablarles de otras cosas, preguntarles, ayudarles a pensar.
El verano nos trae situaciones nuevas, distintas, que son oportunidades de educación para nuestros hijos. Soy muy partidaria de los libros de vacaciones, a estas alturas del verano, mis hijos ya van por el segundo libro cada uno, creo que les da rutina y les ayuda a estar un momento al día sentados y con el lápiz en la mano, para no perder el hábito. Pero el resto del día es para otras actividades menos ordenadas pero también necesarias para su crecimiento, para contribuir al desarrollo de su felicidad y para ir formando las buenas personas que como padres queremos que sean nuestros hijos.
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