La vida va inundando ya nuestros paisajes. La luz y el calor van conquistando terreno y la lluvia nos recuerda que todavía no ha llegado el verano. Llegan el color y sonido de los pájaros, alegres signos de la primavera.
La Pascua, como la primavera, también tiene sus signos: la luz del cirio que iluminará nuestras celebraciones, el agua limpia para iniciar en la vida cristiana a nuevos hermanos y hermanas en nuestra familia creyente, el color blanco que anuncia que Dios lo inunda todo y el grito de fe de los cristianos: ¡Aleluya, ha resucitado!
A pesar de esos signos, la resurrección sigue siendo un misterio para nosotros. Evoca esperanza y pone a prueba nuestra fe. Sigue siendo una promesa que, a través de esos signos, apenas podemos palpar y sentir. Es futuro y, a la vez, acontecimiento del pasado que se manifestó en Jesús y que llena nuestro presente.
Estos signos son pobres y limitados. Y es que creo no equivocarme si digo que ese es el lenguaje de Dios, que nos muestra la grandeza de su amor en signos pobres, limitados y sencillos.
Pinturas que alientan
Basta contemplar en Madrid el cuadro Alba de Resurrección de Joaquín Vaquero Turcios expuesto en el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía.
Creo que plasma como nadie la sencillez, silencio, misterio y emoción del gran acontecimiento que es la resurrección. Ese acontecimiento del que nadie fue testigo, ni siquiera los discípulos.
En el cuadro, en medio de un paisaje desierto y frío, con huecos oscuros que evocan la muerte, un signo indica que algo ha ocurrido: El primer signo es un blanco lienzo fuera del sepulcro. Durante la noche, alguien se ha desprendido del lienzo y el hueco de muerte que es el sepulcro ha quedado vacío. El otro signo, más discreto, al fondo del paisaje, es el alba. Tímida luz que permite que veamos el paisaje y el lienzo. El alba que anuncia el nuevo día y que nos regala la luz que será más grande que la oscuridad de los sepulcros.
Quizás nos parezca un cuadro pobre para mostrar la resurrección. No vemos a Jesús con rayos de luz ni vestiduras blancas, no vemos ángeles ni brillos. Sin embargo, el artista muestra signos que las primeras discípulas y mujeres de Jesús contemplaron. Ellas, tal y como se relata en el evangelio de Marcos, 3 días desde la crucifixión y sepultura de Jesús, se acercaron de madrugada a embalsamar al muerto y lo único que vieron fue un sepulcro vacío. Se asustaron y regresaron corriendo a casa. Necesitaron del encuentro con Jesús Resucitado para comprender.
¿No será el cuadro de Alba de Resurrección un recordatorio de que quizás a nuestros miedos, incapacidad de comprender, incomprensión ante los signos, les falta todavía el encuentro personal, cotidiano y comunitario con Jesús Resucitado? Ojalá este tiempo de Pascua nos lo siga permitiendo. ¡Feliz Pascua!
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