Señora:
Vuestro encuentro quizá inconsciente con el contraalmirante Casto Méndez Núñez es genético; es una hermandad nacional, espiritual, humana. Quizá sois la humanista universal que sois, porque ante todo, revivís del mejor modo las principales esencias de la nación: la lealtad, la honra, la “hombría de bien” de nuestros hombres y mujeres del Siglo de Oro.
Corría el año de 1865 el Gobierno peruano reunió en Lima a sus homólogos de Argentina, Chile, Bolivia, Perú, Ecuador, Colombia y Venezuela, que instaron al comandante español a devolver las Chincha. El presidente del gobierno español, general Narváez, no era amigo de conflictos bélicos, y envió a negociar a José Manuel Pareja, ex ministro de Marina y amigo suyo.
Pareja consiguió disculpas e indemnizaciones de Perú y devolvió las Chincha. Tras el éxito relativo en Perú, Pareja se dirigió con la flota a Chile para exigir un tratado igual. El 25 de septiembre de 1865 Chile declara la guerra a España. Por de pronto los marinos chilenos logran emboscar y apresar al Covadonga. Pareja, su almirante, alzó la voz con todo su desaliento dentro y murió con ganas de morir después de hospedarse en varios infiernos. Sintiéndose fracasado y humillado se suicidó el 29 de noviembre. El mando recayó entonces sobre Casto Méndez Núñez, capitán de la Numancia.
Para entonces Méndez Núñez acumulaba la quemazón de la guerra.
El gobierno español le ordenó buscar una victoria o bombardear puestos chilenos. Perú le declaró la guerra a España el 13 de diciembre, que unió sus fuerzas a las chilenas. Aquel capitán contaminado de patriotismo y audacia puso la brasa del fuego en dirección al puesto de Callao que se saldó con victoria chilena. Crecidos por la batalla, Ecuador se unió a Chile y Perú en enero de 1866, y Bolivia en marzo del mismo año.
La guerra no tenía sentido y los buques españoles estaban al límite.
Méndez Núñez decidió poner fin a aquello y marcharse. Para dejar bien alto el pabellón y no tener problemas con el gobierno, dijo aquello de: “Más vale honra sin barcos, que barcos sin honra”. Bombardeó, sin previo aviso el puerto de El Callao y emprendió el retorno a España; eligiendo eso sí una fecha significativa, el 2 de mayo.
Señora, la prosa de nuestra intervención en el parlamento estaba perfilada con pulcritud y decoro y por la caudal del texto discurren reflexiones de muy notable calado.
No sé por qué siempre me habéis parecido estar preocupada por alguna inminencia de desdicha. Es como si pasarais de la política de enredo a la tragedia. Tal vez hayáis entrevisto en lo acuciante del presente la maraña hostil de la caducidad de los partidos políticos. Incluso el vuestro. Es posible. No sé. Vale.
En ese distrito de la memoria donde brotan los olvidos, Señora, sois siempre un poco la cansada de vuestro apellido –Oramas– y no os importa para nada que se asome por los entresijos de vuestra personalidad una vanidosa aceptación de lo que sois. Sino fuera una infamia, diría que habéis muerto en política, como si os despidierais con elegancia de vuestro público.
“No es no” le habéis soltado al presidente en funciones: Y en la encrucijada del realismo nadie aplaudió.
Estalló el silencio atronador, la “soledad sonora”, Señora, el vacío repleto y punzante. Para vuestra Señoría los administradores de la “cosa pública” (res-publica) eran como pájaros salidos de no se sabe qué trastiendas financieras y no se sabe qué ambigüedades inmoderadas. Y así, un día, el 7 de enero de 2020, sin previo aviso, anunciasteis que el negocio no funciona para los españoles y su Constitución de 1978 y había que propinar un NO a la investidura.
Silentium tibi laus / El silencio es tu alabanza.
Los monjes benedictinos se empoderan del silencio como la mayor alabanza para nuestro buen Dios, como actitud vital y reglada oficialmente desde el siglo VI d. C.
El silencio, arisco e invasor, a vuestra decisión tendrá que comerse muchos escuerzos, pero no durante mucho tiempo, Señora, porque según los augures del sentido común y del seny, esto no puede durar mucho tiempo estando a merced de los que quieren tergiversar y destruir las soluciones posibles. Que no se juega con la honra.
Vuestra decisión unilateral ninguno de los ocasionales y desentendidos socios del pacto estaban en condiciones de debatir. Lo daban todo por supuesto. Desde el fondo de nuestro “no” a la investidura, aparecisteis, Señora, tiznada, jadeante, por el esfuerzo de matar el fuego. Por su parte, arrogante, despechado, matón, el presidente en funciones, a mal pena, podía aguantar vuestras palabras. En su cauce resonaban los términos proféticos de Cicerón: “¿Hasta cuando abusarás, Catalina, de nuestra paciencia?”, que simbolizan la fuerza de las palabras contra la tiranía.
Sus Señorías, el 7 de enero de 2020, parecía que tenían insuflada una especie de seguridad, resultado del cambalache y del alelamiento interesado, que era como un salvavidas. También llevaban la soberbia como coraza y como lanza y como arma arrojadiza. En el circo del asombro intereses bastardos de algunos políticos se apropian de la democracia como quien se apropia de una fórmula mágica que sólo tienen “los nuestros”. Y nos negamos así, por la cara dura, a reconocer que la democracia es inapreciable en el hueco de nuestros puños, de nuestro marketing y de nuestras ideologías, porque la democracia es libre-libre como a mismísima libertad.
Señora, todo está escrutado, analizado y dividido.
Somos lo más antidemocrático del mundo cuando al mundo entero lo ponemos por montera. Ya no temblamos, clasificamos. Ya no creemos, estamos seguros. Ya no vivimos la complicidad con los ciudadanos honrados, nos seducen las feroces tribus disolventes. El intento de despedazar la nación ya lo anunció Ortega: “España está deshaciéndose poco a poco como un ejército que se retira envuelto en una triste polvareda”.
¿La honra, la hombría de bien de don Francisco de Quevedo?
¿Compensa la pasajera adrenalina del poder con el destrozo personal? Compensa. ¿Compensa la carbonización moral e intelectual por ese escapismo desesperado del “progreso” hacia el “regreso”? Compensa.
La verdad, cuanto nos gusta hablar de “la luz” (y con cuanta razón). ¡Pero olvidamos, Señora, una cosa: la luz no sólo ilumina: quema. Y a Su Señoría la achicharraron.
Señora, digna y prestigiosa, habéis propinado un no a la ambición, a la petulancia, quizás a la infamia. No sé. Que más vale honra sin barcos, que barcos sin honra, que la luz de la patria no sólo ilumina, quema. Vivaz y extensa, agradable y de gran nobleza en los gestos y actitudes, algún día se acabará esto y tendrán que volver a llamar a su puerta. Sentiremos mucho entonces si recae en la enfermedad de hoy.
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