La palabra paz, que en tan sólo tres letras reúne a la primera y la última del alfabeto, es a la vez sencilla, breve y profunda, pero paradójicamente parece difícil de alcanzar.
Entre las diversas acepciones que nos ofrece el diccionario de la Real Academia Española encontramos las siguientes: “Situación en la que no existe lucha armada en un país o entre países” y “Relación de armonía entre personas, sin enfrentamientos ni conflictos”.
Los medios de comunicación no suelen hablarnos de paz, sino de conflictos bélicos, de carreras de armamentos, de guerras frías, comerciales, tecnológicas, políticas,… Pero en el ámbito personal, en nuestro entorno más cercano también vivimos, de manera consciente o inconsciente, tensiones y “guerras”, a veces evidentes, a veces soterradas, en ocasiones físicas y en otras psicológicas. Estas guerras cotidianas pueden ser terribles también.
Sin embargo, es posible caminar por la vida de tal modo que generemos armonía a nuestro alrededor. Todos conocemos personas que hacen fácil la convivencia, con las que cualquier proyecto fluye, que saludan a todos con una sonrisa cada vez que nos cruzamos con ellas, que se interesan con franqueza por cómo nos encontramos, y que siempre encuentran la palabra oportuna en el momento adecuado. Personas que eligen dialogar cuando no están de acuerdo en algo y que siempre están dispuestas a construir. Se las reconoce fácilmente porque, cuando pasas un rato con ellas, tienes una sensación positiva y optimista.
También hay personas que en todo ven un problema, un motivo de queja, que siempre encontrarán más impedimentos que motivos para emprender un proyecto. Personas cuya afición es la crítica a los demás de modo destructivo y a sus espaldas, que tienden al rencor y que invierten buena parte de su energía en sembrar conflictos, y a las que les incomoda el éxito ajeno. Se las reconoce fácilmente porque, cuando pasas un rato con ellas, tienes una sensación plomiza, el cielo se nubla y te sientes pesado.
Entre ambos extremos hay un enorme abanico de personalidades. Pero, con independencia de nuestro carácter, tomar una u otra actitud se trata de una elección consciente. Con frecuencia tenemos la oportunidad de pensar, en cada situación, en cada reacción, si queremos ser armonía o ser conflicto.
Qué bueno sería que todos los días, en cada momento, en cada detalle, en lo privado y en lo público, todas las personas, adultos y niños, personalidades importantes y ciudadanos de a pie, nos planteásemos “vivir en son de paz”, y que cada una de nuestras decisiones contribuyese a crear armonía y no conflicto. Con seguridad nos haría mucho más felices a nosotros y a los demás.
Es tan cierto lo que dices …Cada vez tengo más claro que quiero verme rodeada de personas que inspiran paz y alejarme de las personas tóxicas que pululan a nuestro alrededor, y que no aportan nada positivo a tu vida ni a la de los demás.
Yo conozco varias personas que hacen fácil la convivencia, con las que cualquier proyecto fluye, que saludan a todos con una sonrisa cada vez que nos cruzamos con ellas, que se interesan con franqueza por cómo nos encontramos, y que siempre encuentran la palabra oportuna en el momento adecuado. Personas que eligen dialogar cuando no están de acuerdo en algo y que siempre están dispuestas a construir. Se las reconoce fácilmente porque, cuando pasas un rato con ellas, tienes una sensación positiva y optimista.
Pues bien, una de esas personas eres tú.
Un fuerte abrazo!
Muy bonito! Añadiría la necesidad de justicia para que haya paz, pues la paz injusta no es paz verdadera, es como mucho, ausencia de violencia.
Besos