Soy una manta tosca y sin delirios de grandeza, pero capaz de abrigar a los humanos en sus largas noches de invierno.
Un buen día llegó hasta la fábrica textil un joven sacerdote y su madre. Regatearon por mi precio. Me compraron. Me apilaron junto a otras mantas en una pobre casa del barrio de Valdocco. ¿Cuál sería mi destino?
Mis dudas se disiparon al anochecer. Alguien llamó a la puerta. Aparecieron varios jóvenes. Pedían un poco de pan y un lugar donde cobijarse.
Don Bosco, que así se llamaba el sacerdote, les invitó a pasar. Sus ojos brillaban de esperanza. La madre sacó dos hogazas de pan, vino y polenta. Los recién llegados saciaron su hambre. Florecieron sonrisas entorno a la mesa. Al terminar la cena, Don Bosco les dirigió unas palabras. Con gesto amable les repartió mantas. Les condujo al pajar que había preparado para que se resguardaran del frío de la noche.
A mí me correspondió abrigar a un muchacho de unos quince años. Unos mechones de cabello asomaban bajo su gorra de trabajador. Cuando me tomó, sentí un destello de bondad en sus ojos cansados.
El sacerdote se despidió con un amable “hasta mañana”. Minutos después, los jóvenes estallaron en carcajadas cargadas de malicia. Planeaban marchar al amanecer robando las mantas como trofeo arrancado a la ingenuidad del sacerdote y su madre.
Percibí cómo se aceleraba el corazón del joven a quien ofrecía mi calor. No se atrevió a protestar. La noche transcurrió entre bromas de mal gusto.
Cuando los primeros rayos de sol iluminaban la ciudad, yo me hallaba con mi nuevo dueño vagando por las calles de Turín. El resto de mozalbetes se había dirigido al mercado para malvender las mantas robadas. Pero él, me extendió sobre la acera. Me enrolló cuidadosamente, me ató con una cuerdecilla y me llevó consigo. Me alegré: yo no era el fruto del robo que se malvende, sino un regalo que se aprecia.
Semanas después, acuciado por el hambre, el muchacho llamó nuevamente a la puerta de Don Bosco. Yo iba colgada de su hombro.
Se repitió la escena: una madre que ofrece pan y un sacerdote que se desvive en la acogida… Cuando Don Bosco le ofreció una manta, mi joven dueño, mostrándome, le dijo: “Gracias, pero a mí ya me regaló esta manta hace dos meses…”.
No hubo reproches por parte de Don Bosco, simplemente una sonrisa, un abrazo de perdón… y una nueva oportunidad.
Nota: Año 1847. Don Bosco comienza a acoger a jóvenes sin hogar. Les prepara un lugar donde pasar la noche. Les ofrece mantas. Pero algunos marchaban al amanecer llevándose las mantas. (Memorias del Oratorio. Década 3ª, nº 7).
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