El 25 de abril se celebra la Jornada Mundial contra el maltrato infantil. Aunque no debería decir “se celebra”, sino “se nos recuerda” o “se nos hace recapacitar”, porque es un problema serio. Maltrato físico, psicológico, abusos, negligencia, explotación… Igual no lo vemos alrededor, pero está ocurriendo.
En Europa –sí, la civilizada Europa–, 1 de cada 5 menores vive alguna de estas dolorosas situaciones, aunque no podamos afirmarlo con total seguridad, porque es un tema al que hasta ahora no se le dedicaba excesiva atención. Ha sido una realidad invisible. Sólo emergían algunos datos, como la punta de un iceberg.
Yo misma, siendo orientadora, estaba bastante en la inopia. Hasta que me tocó adentrarme en mi trabajo y empecé a ver datos, leer historias, escuchar a expertos y víctimas… Y me di cuenta de que en el día a día no se nos pasa por la cabeza que puedan estar pasándoles estas cosas a los niños, niñas y jóvenes que tenemos a nuestro lado. Pero pasan.
Algunos consejos
¿Qué podemos hacer? ¿Cómo proteger a esta porción tan preciosa de nuestra sociedad, como decía Don Bosco? Los más débiles, inocentes, vulnerables… Comparto algo de lo que he ido descubriendo:
Abrir nuestra mente. Plantearnos que ocurre. En nuestro entorno, a nuestro alrededor. Hacernos conscientes. Sensibilizarnos.
Ofrecer confianza. Que nuestros hijos, hijas y otros jóvenes que nos rodean sientan que pueden contarnos cualquier cosa que les preocupe, que somos un “lugar cálido y seguro”.
Charlar mucho. Pasar tiempo a su lado para que la comunicación surja y sepamos lo que les pasa, sienten… Darles carrete y escuchar. Como decía Don Bosco: Sobre todo escuchar mucho y hablar poco.
Promover sus recursos personales. Que sean capaces de protestar, no dejarse manipular, hablar.
Mencionar expresamente el tema. Para poder ofrecerles pautas y que les sea más fácil hablar si algo les ocurre.
Estar atentos. Sin obsesionarse, pero con ojos abiertos. Por desgracia, los agresores no suelen ser desconocidos, sino del entorno; muchas veces, de la propia familia.
Y si –ojalá no– algo pasa o nos cuentan, mantener la serenidad, escuchar, no cuestionar y ver qué pasos son más oportunos. La Fundación ANAR o las oficinas autonómicas podrán asesorarnos.
Y rezar por todas las personas adultas, que nuestros corazones rebosen de ternura y cuidado hacia los más pequeños. Dios los bendiga.
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