Jesús no nació un 25 de diciembre. Al menos, el hecho de que celebremos la Navidad ese día no es porque se sepa que Él nació ese día. ¿Qué día nació entonces? ¿Es importante saberlo y apuntarlo en el calendario? ¡Quizás no! Lo importante, desde mi punto de vista, es conocer el por qué los cristianos de los primeros siglos eligieron ese día y qué significado tiene.
En el Imperio Romano del siglo IV los romanos consideraban al emperador como un dios y su representación en el sol. Por eso, el emperador Aureliano, que quería dejar claro que él era dios, impuso el 25 de diciembre la festividad del «Nacimiento del Sol Invencible”, ya que coincidía con el solsticio de invierno (es el día 21 pero ellos aún no lo sabían), cuando los días comenzaban a alargarse, simbolizando el renacimiento y la fuerza de la luz.
Los cristianos, cada vez más numerosos en el Imperio, tras dejar de ser perseguidos y convertirse el cristianismo en la religión oficial para todos los ciudadanos del Imperio, relacionaron esta fiesta con el nacimiento de Jesús, considerado la «luz del mundo”.
Los creyentes en Jesús descubrieron en esa noche un símbolo de lo que significaba que Dios se hizo hombre. Dios se hace pequeño y tendrá que ir creciendo, como la luz del sol, a lo largo del año. Una luz que no desaparece ni queda ahogada por la oscuridad de los días anteriores, donde las noches se iban alargando.
Nosotros, que celebraremos el 25 de diciembre el nacimiento de Jesús, podemos contemplar, alegrarnos y cantar que ha nacido nuestra esperanza. Aquel que no desaparece nunca de nuestras vidas y que con su Palabra no dejará de llenarlas de luz. Por eso tiene sentido llenar de luz nuestra casa, nuestras iglesias y nuestras calles. También es un día para recordar que necesitamos de su luz para que la luz de nuestra fe en Dios no se apague.
Quizás las tragedias y acontecimientos del año nos hagan dudar: ¿sigue viva la luz de Jesús? ¿aguantará la luz de mi fe?
Comparto las palabras puestas en boca de María en una película quizás puedan ayudarnos a rezar y contemplar al niño cuando tengamos puesto el Belén en la noche de Navidad:
“La fe no es algo que se pueda explicar con unas cuantas palabras. Es necesario que la vivamos, que la respiremos y, sobre todo, que llevemos a la vida esa luz que es derramada sobre nosotros.
Pero sé muy bien que también se sufre en la luz. Habrá momentos duros y difíciles de soportar…. Y estaréis agotados y os parecerá que ya no podéis dar un paso más.
La luz se irá apagando hasta casi desaparecer y os sentiréis como un diminuto grano de arena en la playa. Pero la luz nunca desaparece del todo.
El camino de la fe trae consigo una promesa: la dulce promesa de que nunca seremos abandonados”
Recemos el día de Navidad ante esa pequeña luz que es Jesús Niño, nuestra esperanza.
¡Feliz Navidad!
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