Terminada la ceremonia, los novicios nos vimos rodeados de familiares y amigos que asistieron al acto y que nos felicitaban. Uno de mis compañeros estaba departiendo con sus parientes cuando un niño de unos 5 años, de la familia, se acercó sigilosamente al novicio por detrás y, con mucho cuidado, le levantó la sotana, lo suficiente como para ver lo que había debajo y exclamar, entre sorprendido y estupefacto, para que todos lo oyeran: “¡A sota porta pantalons!”, que traducido del valenciano quiere decir “Debajo lleva pantalones”.
Sí, el niño acababa de descubrir que su pariente novicio no era extraterrestre, que era como todos, que debajo de esa rara vestimenta que para él era la sotana, llevaba pantalones, como todos los varones.
Me ha venido esta simpática escena a la memoria (después de casi 60 años) cuando he visto o leído algunas reacciones ante las imágenes del Papa sin sotana, sin solideo, sin cruz pectoral. En camiseta y con los pantalones vistos, abrigado con algo que no sé si era un poncho sudamericano o una sencilla manta.
A alguno le ha parecido esta aparición del Papa indigna e irrespetuosa, un modo de presencia que desprestigia el Papado. A mí, en cambio, me ha parecido entrañable y humana. El Papa se muestra como lo que es: un ser humano, débil y frágil por la enfermedad, convaleciente y dependiente en sus movimientos y cuidados necesarios. Quizás hemos sacralizado demasiado la figura del Papa y lo hemos puesto en un pedestal tan alto y lejano que ahora nos extraña verle los pantalones y pararse a saludar a un niño que quizá ni lo reconoció.
Lo que es un tanto sospechoso y llamativo es que quienes ahora se llaman a escándalo y se rasgan las vestiduras por haberle visto los pantalones al Papa, no dijeron nada cuando todos vimos a San Juan Pablo II en bañador en la piscina, en traje de esquí en los Alpes y en ropa de hospital cuando varias veces estuvo internado; y no se preguntaron quién gobernaba la Iglesia (como ahora hacen) cuando era transportado en silla de ruedas y alguien tenía que leer los discursos en su nombre, porque él no podía.
Van a acabar escandalizándose de ver a Dios en pañales en el pesebre de Belén, o a Cristo desnudo en la cruz.
Sí, el Papa, debajo de la sotana, lleva pantalones. ¡Y parece que los lleva bien puestos!
Como siempre el cardenal claro y conciso. Paz y Bien