El espacio digital es el lugar principal de relación de los adolescentes, allí campan a sus anchas sin la supervisión y el acompañamiento de los adultos. En su navegar entre pantallas y aplicaciones se enfrentan a una realidad compleja: la falta de habilidades emocionales para gestionar lo que experimentan. Este desafío nos debe interpelar tanto a padres como a educadores, quienes debemos preguntarnos si estamos realmente preparados para acompañarles en este camino.
Ellos se manejan con otros códigos. El lenguaje simbólico de los emojis, los stickers, los gifts y los mensajes breves ha transformado la manera de comunicarse de los adolescentes. En medio de ese “carnaval digital” estímulos, muchas veces lo más íntimo y auténtico de sus vidas queda expuesto de forma prematura y desprotegida. Esta dinámica puede generar una desconexión entre lo que creen ser, lo que quieren mostrar y lo que realmente son.
La dictadura del like
La dictadura del like no es solo una frase; es una realidad que empuja a los jóvenes a medir su valor en función de la validación que reciben en el espacio digital. Pero, ¿qué sucede cuando en la vida real no hay likes? Muchos adolescentes se sienten invisibles o insuficientes, buscando en el mundo digital el reconocimiento que no siempre encuentran en el mundo físico.
Esta realidad nos exige educar en las emociones también dentro del mundo digital. Hoy, más que nunca, es urgente hablar con los adolescentes sobre cómo identificar, expresar y gestionar lo que sienten. La cuestión es: ¿estamos los adultos preparados para esta tarea? Nosotros mismos estamos también afectados por la polarización que el mundo digital ha sembrado y carecemos, en muchos casos, de estas habilidades. Debemos ser conscientes de ello.
Los adolescentes son los protagonistas de su vida, pero necesitan guías en su travesía por el mundo real y también el digital. En el mundo físico, podemos ayudarles a descubrir la riqueza de las relaciones humanas y el contacto directo. En el digital, es urgente enseñarles a navegar con criterio, a diferenciar lo auténtico de lo superficial y a entender que detrás de cada pantalla hay una persona real con emociones y sentimientos.
La tecnología no es el enemigo, pero tampoco puede ser lo único que mueva sus vidas. El desafío está en equilibrar su uso, fomentar relaciones auténticas y desarrollar la inteligencia emocional. Esto último quizá también sea tarea para nosotros.
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