Estos días es noticia la petición de Carlos San Juan, un médico jubilado de 78 años que ha promovido una campaña solicitando un trato amable, humano, por parte de los bancos a las personas mayores.
La digitalización de la banca, la reducción de las oficinas y del personal de los bancos hace que las personas de más edad tengan muchas dificultades para manejarse en operaciones básicas como sacar o ingresar dinero, hacer una transferencia o comprobar el saldo de su cuenta de ahorros.
Carlos, con su movimiento “Soy mayor, no idiota” ha dejado patente esa deshumanización en el trato, en este caso a las personas mayores, pero esa falta de empatía y afecto es extensible en este y otros ámbitos a otros colectivos vulnerables: personas migrantes que se enfrentan a barreras como el idioma o el desconocimiento de trámites. O quienes carecen de habilidades digitales porque no han tenido acceso a las herramientas.
Todas y todos nos sentiremos algún día apartados por el progreso y como Carlos reivindica, querremos una sonrisa, un gesto de comprensión y que nos ayuden a desenvolvernos ya sea en la banca digital 4.0, el metaverso o en lo que sea que venga.
Ahora que la amabilidad se cotiza al alza podemos informarnos sobre cuáles son los bancos mejor valorados por sus clientes o el ranking de amabilidad y trato al cliente. En mi ciudad, el alcalde propone rebajar las tasas de cajeros a cambio de mejorar la atención a los mayores. Y la oposición contesta que eso está bien, pero que hay autónomos y pymes en la ciudad que ya están tratando amigablemente a los mayores y a los que no se les ha reconocido nada….
Y yo me pregunto, ¿de verdad tienen que incentivarnos para ser amables? ¿Se ha convertido la amabilidad en un extra en el servicio como el botecito de gel en el baño del hotel o la fruta fresca?
Como nos propone el Papa Francisco en la encíclica Fratelli Tutti, “Todavía es posible optar por el cultivo de la amabilidad. Hay personas que lo hacen y se convierten en estrellas en medio de la oscuridad”.
Para Don Bosco la amabilidad fue un valor indispensable en su pedagogía. La amabilidad como un afecto sincero, sostenido y profundo. La amabilidad que se demuestra y se manifiesta en el trato hacia los jóvenes. “No basta con amar a los jóvenes, es necesario que ellos se den cuenta de que son amados”, nos decía.
Seamos amables con nosotros mismos y con quienes nos rodean. En un banco, en la cola del supermercado, en el aula, en el trabajo. Ser amable y sentirse “amado” nos hace más felices, y en estos tiempos que corren no vamos sobrados de felicidad.
0 comentarios