Cuentan que los días de vacación, en invierno, son propicios para cultivar y reproducir anacronismos temporales. Se podría decir que soledad, silencio y frío son los ingredientes de esta mañana de diciembre que huele a Navidad. Hay mañanas que desconciertan y asombran, porque la gente anda huida o escondida. A consecuencia del frío y de las vacaciones, la gente o se ha desplazado en busca de otros lugares o se ha recluido a la espera de que la mañana cobre calor y plenitud.
Los tres
Quienes ahora deambulan son una sorpresa. Tres peatones me llaman la atención. El primero es un escapado de la vida. Viste capa española y sombrero negros. Camina embozado, solo y silencioso. ¿Adónde va este vestigio, este testigo de otro tiempo, protagonista en la mañana de una historia de silencio? Hasta la familia le ha dejado partir; eso sí, sin abandonar sus pertrechos de hombre cabal y chapado con capa de escapado. La palabra se le hiela en el embozo a esta imagen de eterno caminante, serio, solitario y señorial.
La segunda es una mujer. Se desplaza muy lentamente apoyada en un bastón al que se aferra como un enfermo a la salud. Algo muy importante ha dejado en algún lugar para que, a estas horas de la mañana y con el frío que hace, acuda a recuperarlo. Va ensimismada. Viaja en el tiempo, a contratiempo del tiempo. Dobla hacia la izquierda y desciende una pequeña rampa que desemboca en una iglesia. Se para, hace la señal de la cruz y acude en busca del calor que el día le niega. Su alegría canta la ternura de quien la espera. Saludo con gozo este encuentro de amantes que me resulta familiar. “Yo en la iglesia nunca tengo frío”.
Y a la puerta de la iglesia, “un rey mago”. Es también una dama. Viste con “piel de camello” o algo semejante y lleva un turbante blanco con la insignia incrustada de un reino descocido. Conocedora de su anacronismo, fuma un pitillo con olor a incienso, más que por esnobismo, para calentar las manos y el corazón. Este personaje, surgido de la niebla, me obliga a pensar en la Navidad.
Tres historias con un denominador común. Silencio, soledad, anonimato que, superando anacronismos, convierten a estos personajes en testigos de una realidad nueva y antigua, al mismo tiempo. La Navidad anda perdida por las calles de tu ciudad. Nunca es tarde para descubrirla. ¡Feliz Navidad!
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