Carta a San Juan Bosco con motivo de la publicación de mis tres volúmenes: Salesianos Madrid (1875-1912).
Querido San Juan Bosco:
Me alegraré que al recibo de ésta te encuentres bien, yo bien gracias a Dios.
El presente trabajo que te envío: Salesianos Madrid 1875-1912, subdividido en tres tomos, quedó prácticamente finalizado el año 2002. Han pasado veinte años. Veinte.
– ¿Te estás quedando conmigo? –me dices.
– No, no, solo me estoy alelando.
– ¿Y cómo es eso? Estupendo.
Llevo en la ropa una esencia de tiempo, ¿sabes?
Y con ella, casi siempre, la misma, se convierte en harapos, que reclaman el verano. Un puñado de orégano en los bolsillos advierte a los sentidos, besos de alegría, saltos de gozo, rumores de tormenta, silencios de amenaza, sorpresas, centelleos, chasquidos y cortes secos.
En 1997 me destinaron a Roma, de nuevo, esta vez al Instituto Histórico Salesiano. Todo lo conocido regresaba furiosamente con aire abusivo de revancha. A quien no ha creído nunca ni en revoluciones ni en cambios estratégicos la realidad acaba elogiándole la prudencia. Es un quilate propio de lo humano.
Llego el 22 de septiembre y me vuelvo a Madrid el 22 de diciembre.
Después de un largo tramo de tres meses de recogida de datos en Roma, hay de nuevo una travesía difícil en Madrid.
Salto de un archivo a otro.
Llevo encima el olor de los documentos. En cierta medida, llevo cierto olor a miedo. En la calle los perros lo huelen y vienen detrás.
Archivo Histórico de la Villa y a su asa la Hemeroteca Municipal; Archivo de Gracia y Justicia; Archivo del Ministerio del Interior; Archivo del Ministerio de Asuntos Exteriores; Biblioteca del Ateneo de Madrid; Archivo de la Archidiócesis de Madrid. O sea.
Aprendo a moverme en el perpetuo alboroto del viento del expediente, de la carta, de los legajos. Me cubro, me escondo, me ensordezco, no me invita a hablar.
Arrancada de caballo.
Tengo la frente encrespada por el esfuerzo, un ceño de concentración en los labios. Salesianos Madrid (1875-1912). No estoy pensando en otra cosa, en estos años duros que hay que superar. Es 1998 y 1999. Es como una escalada. Y la escalada vuelve a ser vertical, sin recuperar el aliento subo por la muralla rocosa del silencio, la atención, la dedicación.
Suelo tener sobre la cabeza nubes y salpicaduras de comentarios.
Amigo San Juan Bosco, hay ciertas gallardías y ciertas habladurías, que no van conmigo. No todo el mundo vale para tener una seguridad implacable en lo que cree, en lo que hace.
Busco las ruinas previsibles del final del siglo XIX y principios del XX, los profundos colores de la muerte en Cuba y Filipinas, donde también murió un bisabuelo mío y encuentro en la música callada la sangre de Mamá Nona, mi abuela y de mi madre Nieves, que sobrevuela ya los años de su infancia.
Dos largos años escuchando el estruendo del silencio y también el orgullo de los documentos aún no modelados, pero que tiemblan.
Me paso sin cesar por la Biblioteca del Ateneo de Madrid.
Llega así el tiempo de colmar las dudas.
Y me encierro en Sigüenza, en el noviciado de los Hermanos de la Sagrada Familia del venerable Gabriel Tabourin.
Fueron nueve meses seguidos de trabajo. Nueve.
Surqué, poco a poco, entonces el misterio de las raíces de los Salesianos en Madrid y escuché el estruendo del “Valle de los Hermanos”, azotado por los aullidos del lobo y las carreras de los corzos. Fue la música que me devolvía el tiempo perdido. Fue la música que se escuchaba entre las ruinas de los pueblos de Guadalajara y los días invernales del año 2002 y 2003. De esas tardes geométricas, duras, cortadas, implacables, sombrías, con todo el trabajo cayendo…
La Historia, querido San Juan Bosco, se mueve en oleadas.
Desde las seis de la mañana, doy vueltas y más vueltas, a mis capítulos, después de un café doble, preparado por el “Hermano Ramiro”, lo mejor que parió madre en Burgos.
Paseo por el “Valle de los Hermanos”.
Hay días que subo a la ciudad medieval. Busco las ruinas previsibles de la noche, los profundos colores del alba y encuentro en la catedral, la “FORTIS SEGUNTINA”, la sangre que palpita sobre los rojos aperos de los canónigos en su Lectio divina diaria.
Allí mis amigos de siempre: Clementino Martínez Cejudo y Felipe Peces-Rata, callados sobre el llanto de la sacristía de las Cabezas, surcan el misterio de los siglos hispanos, mientras contemplan toda una vida cómo arde el horizonte de nuestra historia, porque hay legajos felices, iguales al primer amor.
No me olvido de mi Martínez Izquierdo en el telar. Algún día lo terminaré. Ahora toca “Salesianos Madrid”. Y si Pablo Neruda escribía: “Y mis redes de música son anchas como el cielo”, las mías no son menos… a mi manera.
La impresión que yo me llevo de ese lugar de Sigüenza no se puede explicar de otra manera que yendo y estando.
Y llega así el tiempo de las dudas.
Me lleva a Madrid y me trae el Hermano Andrés Moro unas veces y otras Demetrio Franco. Contrasto pareceres con Rafa Sanz de Diego y Manolo Revuelta, con Ferrer Benimeli y Tellechea Idigoras, los mejores historiadores que he conocido. Y el trabajo se para. Parada de mulo.
Mis tres volúmenes se tropiezan con las huellas que dejan otros trabajos agazapados, invadidos, para mí, de la muerte vencida, de la nostalgia que miente las más dulces certezas.
Parada de mulo.
Mi curriculum, acosado por un batallón de amigos vascos encallecidos, me otorga, a través del Gobierno Vasco, la beca de cinco millones de pesetas para la aproximación histórica al Valle del Urola en los siglos XVII y XVIII.
Pulso el latido revelador de los conventos de Brígidas en el País Vasco, sobre todo, en Azkoitia, Lazkano, Vitoria, de la mano de Josepha Larramendi. Después, con esta vela temblorosa, me acerco a Paredes de Nava y a Valladolid y empiezo a alumbrar mi trabajo, que hoy está terminado con el título de “La hilandera de cielos”, pero que tiembla al no estar publicado todavía. Tiempo al tiempo.
Alguien me dice que tengo demasiado poder.
No es verdad.
Me ahorro los nombres propios, por no perder más espacio.
La Consejería de Sanidad de la Comunidad de Madrid me elige como coordinador de su Museo de las Ciencias médicas y de la Historia de la Medicina, oposición por medio, a mis sesenta años.
La ciudad de Madrid me vuelve a abrazar con todo su pasado, que me alberga de nuevo: aquel nublado chiquillo del Grupo Escolar Miguel de Unamuno y Salesianos Atocha, ahora trabaja en la hermosura de la Gran Vía y en el Edificio Matesanz, en el arte de la educación, la ciencia y la cultura.
¿Sabes algo Ignacio Echániz Salgado, Fernando Ruiz Grande, Antonio Román Jasanada, Juliancho Sevilla Navarro, Vicente Gómez-Tello, Francisco Mauri Ablanque?
El 31 de julio de 2006 me siento morir en la confluencia entre Alfonso XII y la Cuesta de Moyano. Invade mi pecho el sabor profundo de la muerte. Infartos múltiples de miocardio me azotan. Dos meses y pico de UCI y planta, planta y UCI. Desde el Hospital Moncloa puedo pregonar otra vez que allí volví a nacer.
Pasan quince años. Quince.
En Madrid siento el abrazo de la ciudad entera.
Es el tiempo de la más lenta esperanza, después de pasar un mes de COVID-19, tutelado por Fernando en casa mismo, la nostalgia que retorna y tiembla porque unas manos de generosa compañía, vigilantes, sienten el fuego de la amistad: Isi, Sam, Rodri, Ayllón, Gusta, Bris, Luisfran, Utri, Herraiz, Ramón, Lecetas, Sevillas, Barraguer, Quemadas, Agui, Eboli, Pedregal, Robert, Pousos, Pobres…
Querido San Juan Bosco, las ciudades pasan épocas.
Madrid pasa un buen momento, aunque tropiece con las huellas que dejan los “paletos” del chisme y del agravio.
Es el momento de publicar mis tres libros.
Es el momento de esclarecerles a otros las trolas, los tópicos, los gregarismos. Esa amalgama de racismo, ignorancia y petulancia que hay sobre Madrid. Quiero advertirlo y que me escuchen bien desde esta carta los mismos madrileños, porque soy un especialista, con setenta años de lecturas. Esta ciudad que tiene una vitalidad y un vigor extraordinarios no debe perderlos, amancebándose con las trolas y los fuegos artificiales de tirios y troyanos.
De nuevo me acosa la hemorragia de la vida por perder.
La nueva arrancada quiere cabalgar y asume la colaboración de Alberto Payá y Rico y de Francisco Pescador y Hervás, nuevas ascensiones, capítulos trasversales, que mejoran nuestro trabajo. Hoy ya, después de veinte años de parada, es turno de vida en la investigación, de recorrido que completar neto sin errores (con sabiduría y trabajo), hoy los jóvenes salesianos son también jinetes sin silla, de nuestra propia historia.
Querido San Juan Bosco, la pradera de nuestros trabajos no ha hecho más que desplazarse de inclinación para convertirse en muralla.
Paco de Coro
Hola Paco, no dejas de sorprenderme.
Eres un todo terreno, que Dios t bendiga!!
En esta oportunidad, Don Francisco nos deleita y nos seduce con un texto prosístico elaborado con primor y pulcritud. Se trata de un escrito organizado en forma epistolar y redactado con ese estilo suyo tan personal que es una amalgama de vivencias, recuerdos, trazos autobiográficos, lirismo e intelectualidad enjundiosa. Esa prosa elaborada con brillantez y racionalidad inherente a un escritor infatigable y talentoso. Es una misiva dirigida a San Juan Bosco en la que se aduce, se narra y se disecciona la labor heurística de un historiador. Ese trabajo volitivo orientado a desentrañar los enigmas del ayer, esclarecer las claves de sus acontecimientos primordiales y dar luz a la génesis, el devenir y el ocaso de las etapas pretéritas en las fuentes archivísticas. Praxis indagatoria que hunde el raciocinio y la facultad deductiva en legajos, documentos, pragmáticas, memoriales y epistolarios. Ésa es la actividad de aquellos que evaluan, disciernen y realizan análisis de la Historia ora en un archivo de Madrid ora en un scriptorium de Sigüenza. Esa laboriosidad intelectiva ha de verificarse con rigor de investigador, precisión de humanista y perspicuidad de escritor. De esta guisa y con estas directrices han sido elaborados los libros de Don Francisco, desde los tres volúmenes de Salesianos Madrid 1875-1912 a la magnífica semblanza de Martínez Izquierdo y otras muchas obras. Disquisiciones antropológicas y diégesis literarias redactadas con un cabal designio de esclarecimiento de la verdad histórica. Sean estas concisas líneas mi elogio y encomio a la trayectoria intelectual de Don Francisco.
Preciosa historia de la concepción y gestación de una macro-obra en tres volúmenes que está ya en los últimos momentos del parto, y que requiere del mejor cuidad técnico para que su alumbramiento sea en las mejores condiciones. Un precioso servicio no solo a la congregación salesiana en España, sino a la propia España y a la inigualable ciudad de Madrid. ¡Gracias, Paco!