
Marta M. Peirat
La belleza tiene un poder único: une el cielo y la tierra. Es una fuente de alegría, consuelo y esperanza. La podemos encontrar en el arte, por supuesto, pero también en la naturaleza y el mundo que nos rodea. La belleza puede ser un camino que nos acerque a Dios, ofrece luz en medio de la oscuridad, nos recuerda el amor de Dios y despierta nuestra fe.
En un mundo marcado por las guerras, las crisis sociales y personales es importante buscar la verdad y la belleza. No perder el norte. Tenemos la misión de hacer soñar con un mundo diferente y bonito, ofrecer motivos de esperanza mirando hacia un futuro más bello.
El X sucesor de Don Bosco, Ángel Fernández Artime en el Boletín Salesianos de noviembre 2024 explicaba que “es natural que ante realidades injustas nos podamos sentir abrumados, pero como creyentes no podemos permitir que se desvanezca nuestra esperanza. Al contrario, más bien debemos atrevernos a decir que ¡es hora de verdadera esperanza! Y no por eso cerrar los ojos ante realidades injustas, sino abrir el corazón, desde la fe, al Dios de la Vida: y meternos en lo cotidiano, creyendo que podemos ayudar a que todo sea un poco mejor”.
El papa Francisco, en la Evangelii Gaudium, dice: “Su resurrección no es algo del pasado; entraña una fuerza de vida que ha penetrado el mundo. Donde parece que todo ha muerto, por todas partes vuelven a aparecer los brotes de la resurrección. El bien siempre tiende a volver a brotar y a difundirse. Cada día en el mundo renace la belleza”.
Agradecidos por haber contemplado la belleza, eduquemos con amor, ayudemos al crecimiento de cada persona y en la construcción de su futuro.
Te invito a hacer lo que hacemos de una forma más bella, más atenta, más verdadera animando a los que nos rodean a no perder la esperanza de que Dios los ama por encima de todo, los sostiene y los empuja a un mundo más bello.
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