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Ese yoga
En esta época de prohibiciones
todavía no han declarado ilegal
la pequeña muerte
el tiempo profundo adormecido
el fraude de los sueños a destiempo
la mordaza de la luz en pleno día,
el yoga ibérico sobre todo,
ese vicio mediterráneo
que practicaron con tanto esmero
las gorgonas,
los reyes salidos
los maridos adúlteros
los canónigos penitenciarios
las amas de llaves infieles
los caballeros “de triste figura”
y hasta los escuderos.
Sancho Panza sobaba cuatro horas
abrazado a la bota.
En la época barroca,
según cuentan,
España estaba repleta de bribones de la sopa boba
y de miles de zampalimosnas,
que pedían sin pudor en las iglesias,
o sin vergüenza en la puerta de los palacios:
Ahora no hay ingenio ni salero
para los clamistas de la siesta,
mientras, fugitivos y silenciosos,
nos acostamos por la tarde en gayumbos,
en la cama,
o vestidos en el sofá.
Respeta el personal la carroña de los besos caídos
y las olas rotas del tiempo y la eternidad.
En los mares de Alborán,
busco el consuelo de la lluvia, en vano,
allí donde se esponjan las muchachas
gaditanas y vejeriegas.
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Viajando
Antes de que me ensucien los oídos
la fanfarria de La Terremoto, por la noche,
hasta las tantas de la madrugada,
“a cuya tumba iré algún día a escupir, oye”,
si vivo, echo mi siesta, mi sagrada siesta.
No solo quiero descargar el sólido equipaje
de mi raíz andaluza fugitiva,
que siente a veces la pulsión de la muerte
en las letras de los Machado, Bécquer y de Cernuda,
o en los pinceles de Alonso Cano y de Velázquez,
sino relegar ocupaciones y preocupaciones
al nirvana celestial
en estas horas en que están clausuradas
las iglesias y las timbas.
También en Vejer.
Y llega la amada siesta
para disipar la memoria del sonido.
Empiezo a viajar por los celuloides de mi época,
que encierran a las diosas de posguerra:
Desde Carmen Sevilla a Imperio Argentina,
sin olvidar
a Rita Hayworth con Glenn Ford,
en la película Gilda,
de tanto fervor nacional,
que a las mejores tapas y pinchos
les pusimos por nombre “Gildas”, hasta hoy.
Menos mi abuela Mamá Nona, en Casbas de Huesca,
que se lo puso a la gata del arcipreste, mi tío.
Apartado, cálido y vivo
absorbo oscuridad
y cubro mis recuerdos y pensamientos
con fango y ceniza.
Menos mal que, casi muda,
brilla la rosa solitaria, en el cauce del río Barbate,
y en ella está la Virgen de la Oliva.
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Batalla del Guadalete
La siesta antes de ser española
fue romana y griega y etrusca,
y fenicia y cartaginesa.
La siesta se hereda.
Su importancia y singularidad
nace y surge dentro de uno mismo,
radica en la transcendencia de sus logros
y en el impulso de nuestra identidad.
Los bárbaros aprovecharon esas horas para saquear Roma,
que Horacio había cantado en la ribera del río Tiber,
oyendo el canto de las cigarras en los pinares,
que dos mil años después el poeta bético, Antonio Machado,
llama “la copla de marfil de la verde cigarra”.
Amigo Antonio,
“cuando llega el diablo, lo hace sobre las alas de un ángel”,
dicen por La Alcarria.
Ese sueño corto no fue solo la perdición de Roma,
sino la de España entera.
“Es el momento”, piensa Don Rodrigo.
De decidir el asalto. Es un asunto de vida o muerte.
Parece estar estudiando un tablero de ajedrez.
La cuestión es qué hacer al respecto.
El primer instinto es estallar y penetrar,
pero es un movimiento temerario, y la temeridad
no figura en su manual de operaciones.
Se impone el trilero que Don Rodrigo lleva dentro,
y en la corte de Toledo, fuerza a Florinda la Cava,
hija del conde de Don Julián:
– “Florinda perdió su flor, el rey padeció castigo”.
Ella escribe una carta a su padre
y entre don Julián y el obispo Oppas organizan
la invasión de los musulmanes por el Estrecho de Gibraltar
y llega la batalla del Guadalete.
– Lo sofocante del cuarto de la parroquial se torna abrasador.
El verano quema las calles de Vejer.
Mis propios ronquidos me despiertan.
Salto de un lado a otro como restos de grasa en una sartén.
Desesperadamente engullo dos tragos de agua,
y limpio y sobrio me pego una ducha.
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Falstaff
Este pequeño placer culpable
que a lo largo de la historia ha sido asociado
con la pereza y la ociosidad
–pecados capitales en este mundo moderno,
tiranizado por la productividad feroz–
es vicio grosero para los ahorradores del Norte europeo:
Noruega, Finlandia, Suecia, Dinamarca.
Falstaff
–ese personaje altivo, cobardón, vanidoso y pendenciero,
creado nada menos que por Shakespeare–
se despierta
y a su lado está el príncipe de Gales,
al que le pregunta:
¿qué hora es hijo mío?
A lo que el príncipe Hall le responde
injuriándole:
“A la fuerza de beber jerez añejo,
de dormir la siesta en los bancos,
te has embrutecido.
¿Qué diablos te importa qué hora sea?
Al menos que tú creas
que la hora es un jerez,
los minutos unos capones,
los relojes unas lenguas de maquerel”.
Mi siesta vejeriega de reconstrucción personal
es la serpiente de un verano desde dentro
y “salvaje”
–leyendo a Isabel Allende y su Ciudad de las bestias–,
en el que para evitar la calorina gaditana
tendré que colocar los termómetros al revés,
como aconsejan las greguerías.
Para mí, en casa del párroco, don Antonio Casado,
il dolce far niente…
La hora es cazón en adobe
los minutos tortillitas de camarones
los relojes unas copas de garnacha tinta,
a gloria de Pepi, la mejor ama de curas. Amén.
Que la imaginación goce con metáforas chocantes
Bravo por la manera de contar la actualidad y la historia,de la mano de un magnífico escritor y por las preciosas calles y personajes de uno de los pueblos más bonitos de España.