
Mayca Crespo
A veces pensamos en el amor y lo primero que se nos viene a la cabeza es el amor romántico, el de las películas, los corazones y las mariposas en el estómago. Pero la vida real, la de todos los días, nos enseña que hay un amor más profundo, más auténtico… y sí, también más silencioso.
Es ese amor que está en los pequeños gestos: el que te acompaña en un mal día, el que te prepara un café sin que lo pidas, el que se sienta a tu lado, aunque no tengas ganas de hablar o el que por un WhatsApp simplemente te pregunta “¿qué tal?”
Es el amor de quien no se va cuando las cosas se complican, el que permanece en las malas y también en las buenas, en la salud y en la enfermedad. Y si lo pensamos bien, ese es el amor que realmente vale la pena, venga de quien venga.
Ese amor que no busca figurar, que no necesita aplausos, es el que más transforma. Porque no se acaba, no se agota, no resta… al contrario, suma, multiplica. Es como una semilla que va creciendo sin que nos demos cuenta.
Y en ese amor tan real, tan concreto, está también el amor de Dios. Un Padre bueno que no se cansa de esperarnos, aunque nos alejemos. Que no nos recibe con reproches, sino con los brazos abiertos y el corazón lleno de misericordia. Cuando todo se desordena en nuestra vida, cuando no sabemos hacia dónde tirar, ahí está Él. A veces nos damos cuenta por una palabra de consuelo, a veces por la compañía de alguien querido, o por una simple paz que no sabemos de dónde viene. Pero está. Siempre está.
Y qué decir de María Auxiliadora… Cuántas veces la hemos visto como una imagen lejana, allá arriba en el altar. Hace unos días, en la Novena en honor a Ella, el predicador dijo algo que me llegó al corazón: “María no solo está en el altar, María camina a nuestro lado”. Y es verdad. Ella está ahí, como una madre que conoce el sufrimiento de sus hijos, que no hace ruido, pero que no se aparta. Desde ese día, me gusta imaginarla como una mujer sencilla, muy cerquita, sosteniendo a su Niño con ternura como símbolo de esperanza.
Porque ese es el verdadero amor: el que no se rinde, el que no se va. El que sostiene, acompaña y levanta cuando uno ya no puede más.
En este mundo tan ruidoso, tan cansado, tan hambriento de empatía y solidaridad ojalá aprendamos a amar así, con acciones, con presencia, con paciencia. Que no esperemos grandes momentos para demostrarlo, porque el amor de verdad está en lo cotidiano. Y, sobre todo, que nunca olvidemos que, aunque no lo veamos, siempre hay alguien caminando a nuestro lado.
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