Confieso que salí conmocionado del cine después de haber visto “Maixabel”, la nueva película de Icíar Bollaín, presentada con éxito en el festival de San Sebastián. Conmocionado, sí, porque un viaje alucinante a las entrañas de la serpiente, es decir a las motivaciones de sus asesinos, no se ve todos los días en la gran pantalla, ni tampoco el drama emocional y humano que desata el asesinato terrorista.
Pero esta no es la crítica fílmica de una excelente película, rodada por la directora madrileña con el aplomo de los clásicos y sin duda, una de las películas españolas del año, con dos actores en estados de gracia: Blanca Portillo y Luis Tosar. Aquí se trata de poner el foco sobre el poder redentor del perdón, algo que no siempre se reconoce en una sociedad que ha perdido en gran medida las referencias éticas basadas en el humanismo cristiano. Porque perdonar y ser perdonados está en el núcleo del mensaje de Jesús, en el padrenuestro.
La película nos presenta un duelo formidable entre Maixabel Lasa, la esposa de Juan María Jáuregui, ex delegado del gobierno en Guipúzcoa y notorio miembro del PSOE vasco, e Ibon Etxezarreta, quien formaba parte del comando que lo asesinó en 2000. Once años más tarde, cuando Maixabel está al frente de la Oficina para las víctimas del terrorismo, recibe una petición inesperada: dos de los asesinos que acabaron con la vida de su marido solicitan encontrarse cara a cara con ella, dentro de un programa de reconciliación y diálogo. El dilema ético y el drama moral junto con las consecuencias personales y sociales de la aceptación de estas entrevistas a tumba abierta, constituyen el núcleo duro de esta película.
Desde una perspectiva radicalmente laica, que no laicista, la actitud ética de la protagonista es una poderosa llamada a la reflexión sobre la inutilidad del “ni perdono ni olvido”, tan manido en situaciones de extrema violencia, pero también, me temo, en otras circunstancias de la vida en las que, como bien se indica en el film, hay víctimas y victimarios, aunque no haya sangre de por medio.
Exponerse, ayudar al perdón, ser agente de reconciliación es uno de los retos más nobles y difíciles a los que puede enfrentarse una persona y, por extensión, un pueblo e incluso un país: hay ejemplos bien conocidos, como el de Nelson Mandela en la Sudáfrica del “apartheid” y toda la política de reconciliación personal y colectiva después de tantos años de discriminación racial, violencia y odio.
“Tú les tienes que ayudar a que se arrepientan”, le dice María a su madre Maixabel. Y ella lo hace de una forma heroica por el esfuerzo personal y por la incomprensión mayoritaria del entorno familiar y político. Y se produce el milagro: Ibon acude a la cita tras un largo proceso de reflexión personal en los muros de la cárcel de Nanclares de la Oca y también en casa de su madre. El encuentro cara a cara, dolorido pero sereno, se revela profundamente sanador. El terrorista hacía mucho tiempo que había dejado su pertenencia a ETA, pero tenía que dar un paso más: asumir su responsabilidad personal, su culpa, tantas veces negada o silenciada hoy en la conversación pública. En lenguaje cristiano diríamos, “reconocer su pecado” y su corolario: “arrepentirse”, sin obviar, por supuesto, el cumplimiento de su condena judicial.
“Todo lo bueno que pueda hacer, lo voy a hacer”, le confiesa Ibon a Maixabel, conteniendo a duras penas su emoción. Era la primera vez quizás en muchos años que alguien no de su familia le escuchaba cara a cara, como ella le recuerda.
El odio no es el camino, nunca lo es, porque engendra más odio en una espiral inacabable. Y por parte de quien perdona vale la pena escuchar esta confesión de Maixabel a su hija, refiriéndose al verdugo de su marido: “Verlo arrepentido te hace sentir algo muy raro: que se acabó, que puedo ser Maixabel otra vez”.
El perdón, cueste lo que cueste, siempre se irradia para bien. “Hasta que un día ves que puedes pedir perdón”, le confiesa Ibon. Por eso, tal vez, reconciliado y en paz, el convicto de cuatro asesinatos pueda ofrecer ante el monolito en memoria de Jáuregui una docena de claveles: “los rojos, por el pasado; el blanco, a partir de ahora”.
El comentario me invita a ver la película. Es un tema difícil, porque remueve muchas emociones pasadas a quienes, sin haber perdido un familiar, hemos crecido con ETA desde la adolescencia, y toda nuestra vida ha ido jalonada con el goteo de muertos de esa banda criminal. Es hermoso que alguien de el paso del perdón. Es necesario en esta sociedad tan polarizada, en la que algunos se empeñan en atizar odios y rencores para sacar rentabilidad política. Esta película transmite esperanza. La necesitamos.