En su discurso tras recibir el premio Princesa de Asturias de Comunicación y Humanidades, el filósofo concluyó que “algo no va bien en nuestra sociedad”. Aunque hoy creamos ser más libres que nunca, en realidad vivimos con un hambre voraz de comer estímulos que nos están generando adicción y nos están convirtiendo en “ganado consumidor”.
La digitalización del mundo ha contribuido enormemente a ello haciéndonos a los seres humanos esclavos de nuestra propia producción y adictos a un torrente de estímulos que arrasan nuestra atención, debilitan la presencia entre las personas y atrofian el alma.
Me ha resultado inspirador leer la propuesta de Byung-Chul Han para el que esta enfermedad de la sociedad occidental tiene su medicina en Dios. La crisis actual de la religión no puede atribuirse a que los contenidos de la fe hayan perdido su validez o a que la Iglesia haya agotado su credibilidad. Tras la crisis religiosa que vivimos hay unas razones estructurales que tienen que ver con eso que no va bien en la sociedad: la pérdida del silencio, el enorme fortalecimiento del yo y, sobre todo, el declive de la atención.
Mirando alrededor
Leer estas ideas me ha hecho reflexionar sobre mí mismo y mi alrededor. He frenado mi impulso de comer estímulos y me he dedicado más a mirar. He observado a esas señoras entradas en años cómo sacaban sus teléfonos móviles en el cine para curiosear en ellos mientras veían la película. He mirado en silencio esa escena de cada día, de personas en el vagón del metro absortas en la pantalla, rellenando continuamente cada instante de silencio de sus vidas, con el ruido de mensajes, noticias y memes banales que se suceden uno detrás de otro. Sin duda, la nuestra es una época de ruido y “el ruido ha matado a Dios”.
Vivimos hiperestimulados, devorando percepciones, haciendo dos cosas a la vez y viajando con nuestra imaginación de una cosa a la otra, sin capacidad para pararnos, tener paciencia, callar y hacer silencio. Por este camino no vamos bien y por eso creo, con este filósofo surcoreano, que necesitamos ayunar de este atracón para poder mirar y escuchar, para aprender a callar y contemplar, para desinflar nuestro yo y abrirnos a los demás y a Dios.
Se habla de que hoy en día hay más personas que buscan a Dios, pero no podemos hacerlo al modo del cazador que está atento, pero solo en función de sus objetivos e intereses. Poner límites a nuestro yo expansivo y aprender a mirar nos ayudará a que sea Dios el que nos encuentre. Esta sociedad enferma de déficit de atención necesita a Dios y si entendemos lo que nos está pasando podremos ayudar a los demás a rezar desde el silencio, contemplación, abandono y belleza que conecta con el misterio y no rellenando nuestras liturgias y celebraciones de estímulos, dinámicas y cosas que hacer convirtiéndolas en actividades religiosas.
Necesitamos dejar de comer estímulos que engordan nuestro yo para aprender a mirar, contemplar, dejar que Dios se encuentre con nosotros y así se fortalezca nuestra alma tan necesitada de cuidado y con tanto riesgo de quedar arrasada por este torrente de consumo de cosas, datos, comunicaciones y actividades.




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