En el mes de junio hemos llegado a la “nueva normalidad”, es decir, más cerca del final del túnel del Coronavirus, mucha gente se pregunta si después de haber vivido esta tremenda experiencia habremos aprendido algo para nuestra vida personal y social. ¿Volveremos a las andadas? Desde el campo de la psicología me fijaré, sobre todo, en algunas lecciones que me parece importante aprender como personas, como seres humanos.
Deberíamos estar aprendiendo de esta experiencia, inédita para la mayor parte de nosotros, que, como seres humanos, somos frágiles, vulnerables y radicalmente interdependientes. Esto nos debería llevar a confirmar el valor de la solidaridad como algo fundamental en nuestras relaciones sociales, que “el sistema económico debería estar, como dice Adela Cortina, al servicio de los derechos fundamentales, como la salud de los ciudadanos, o la educación, en lugar de que sea al revés, porque no sobreviven los más fuertes, sino los que se apoyan”.
Aprender, o confirmar, que lo realmente importante es la vida humana, cualquier tipo de vida, desde el momento de la concepción hasta la muerte. Que todas las vidas son igualmente valiosas y no lo son menos las de las personas mayores cuyas vidas algunos han dado por amortizadas y ha sido los grandes paganinis y las principales víctimas de esta pandemia. Ahora mucha gente se lamenta de no haber podido acompañarles en el tramo final de su vida, pero, a lo mejor, poco hicieron por acompañarles en el día a día de su existencia en una residencia.
Caer en la cuenta de lo importante y difícil que es la convivencia ahora que hemos tenido tanto tiempo para estar juntos. La importancia de los pequeños detalles, callarte cuando no tengas algo mejor que decir, pedir perdón, bromear, dar las gracias, respetar, ser tolerante, quejarte menos, hacer cosas juntos…, que sepan, en definitiva, que les queremos. Ahora que hemos estado tanto tiempo separados de personas queridas, familiares y amigos, valorar más el tiempo de los encuentros reales. Es verdad que la tecnología ha suavizado un poco estas ausencias con los encuentros virtuales pero no es lo mismo, aunque menos es nada… La reclusión y el confinamiento de miles de niños en sus casas han puesto a prueba las relaciones familiares y deberían aumentar la valoración que tengamos de los colegios, la educación y el esfuerzo del profesorado y los centros para mantener la educación, enseñando online.
Y para los creyentes sería bueno tener en cuenta lo que dice San Pablo: “Para los que creen en Dios, todo les sirve para bien”. También esta pandemia.
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