
Joana Monzó
Cumplir 18 años suele vivirse desde la emoción. Esa mayoría de edad que te abre las puertas al mundo de las personas adultas y te legitima para tomar decisiones por ti misma. Un falso sentimiento de libertad que no te da la edad sino la red familiar que te mantiene con pocas más obligaciones y muchas expectativas de pasarlo bien. Cumplir 18 años en casa, con el apoyo de tus padres no es lo mismo que cumplirlos cuando vives bajo la tutela de la Administración.
“Queremos que se cante cumpleaños feliz” decía una de las imágenes que promocionaron la última Jornada FISAT, que trató la emancipación de la infancia en el sistema de protección. Porque cumplir la mayoría de edad es un salto al vacío para muchos jóvenes y no hay ni ganas ni motivos para celebrarlo.
El encuentro reunió a cinco chicos y chicas que han pasado o que están actualmente en un hogar de emancipación de la fundación FISAT. Su testimonio y sus reflexiones sobre cómo es vivir los 18 años en esas circunstancias fueron auténticas flechas en la diana de la responsabilidad colectiva. Muy lejos de presentarse como víctimas, viven desde el agradecimiento el poder estar acompañados y acompañadas en un piso de emancipación. Es un recurso escaso al que no todos los jóvenes que salen del sistema de protección (y lo necesitan) tienen acceso.
Pero estos recursos son un corto puente hacia otro escenario lleno de incertidumbres. En poco tiempo tienen que tomar decisiones importantes que les lleven a emprender su propio camino con apenas 20 años – la edad media de emancipación en España es de 30 años y en Europa de 26,3-. Estudiar, trabajar, encontrar un lugar para vivir y aprender el idioma y regular su situación en el caso de jóvenes migrantes. ¿Y cómo se hace eso en un país donde el precio medio de la vivienda está en 1.072€ al mes y el salario medio es de 1.048,19€?
“No debería ser un privilegio vivir en un piso de emancipación, sino un derecho”, expresaban los protagonistas de aquel encuentro.
También debería serlo poder pagar un piso digno a un precio justo; y que te den una oportunidad laboral que te permita trabajar y ganar un sueldo con el que hacer planes de vida. Ahí radica la responsabilidad colectiva, porque cada uno de nosotros y nosotras, desde nuestra posición podemos ser posibilitadores de una emancipación juvenil en la que estos chicos y chicas se sientan acompañados y capaces de hacer frente a los retos.
Es hora de asumir responsabilidades y preguntarnos: ¿posibilitas o entorpeces?














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