Ayer viajando aproveché para revisar correos antiguos y me encontré uno de Oscar Feito con una historia interesante.
Resulta que en una clase de Infantil el maestro pidió que dibujaran un perro. Todos los niños y niñas dibujaron más o menos un perro; aunque algunos, como dice Feito, parecían venidos de otra galaxia. Todos menos uno, que dibujó una línea horizontal que atravesaba todo el papel.
Como ya había hecho algunas otras cosas “raras”, el maestro se planteó que algo había que hacer antes de que fuera demasiado tarde y puso en marcha la “maquinaria” escolar: orientación, padres, especialistas… y se organizó todo el plan que en los coles solemos poner en marcha ante sospecha de un “retraso cognitivo”. Los padres, desolados.
Y resulta que, cuando la persona encargada de realizar el diagnóstico le preguntó al niño por el dibujo, él con toda la naturalidad le dijo: Es un dibujo a escala. El papel es pequeño. Es un cacho de la correa. Lo que me entraba. ¡Resulta que era un niño “superdotado”!
¿Y que nos lleva a pensar esta historia? A Feito que aquello que es diferente siempre en nuestro sistema, educativo, laboral o profesional, tendemos a mirarlo negativamente (que puede ser); pero a mí me vienen a la cabeza otras: Por un lado, que el sistema educativo ha funcionado bien porque se ha identificado lo que pasaba; sin embargo, lo que se hubieran ahorrado de preocupaciones, disgustos y demás si al principio se hubiera preguntado al niño. ¿Os imagináis que hubiera pasado si no se le pregunta ni pone en marcha el dispositivo y se le empieza a tratar según lo que “creemos” que le pasa?
Pues eso cada vez pasa menos en los coles, pero en la vida… Cuántas veces no preguntamos, no hablamos, no escuchamos… sino que interpretamos y actuamos en consecuencia…
Como dicen esas citas de internet, ¿y si en lugar de suponer ponemos en práctica la loca idea de preguntar?
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