¿Tenías prisa por crecer? ¿Soñabas con “ser mayor” cuando aún eras un crío?
¿Cuándo dejamos de ser niños y niñas? ¿En qué momento la vida nos convierte en personas adultas? Más allá de una edad, está la madurez de cada cual.
Esa que viene acompasada con los años pero que en ocasiones se fuerza como la fruta verde que del árbol pasa a una cámara de maduración, sometida a temperaturas, ventilaciones y otros procesos que aceleran su transformación.
El próximo 20 de noviembre se celebra el día de la Infancia.
Desde las plataformas sociales salesianas y en concreto desde el proyecto “Déjame que te cuente” vamos a invitaros a “Hacer realidad la infancia que soñamos”. Esa en la que todas las niñas y niños deberían tener garantizados sus derechos. Ese momento de la vida en la que deberían poder disfrutar de su infancia con todo lo que ello conlleva: la inocencia, soñar, reír, jugar, compartir.
Pero sabemos que no es así, y a nuestro alrededor muchas niñas y niños han tenido que dejar atrás esa infancia demasiado rápido. Es difícil conservar tu inocencia cuando te señalan por ser diferente: por “ser de fuera”, “por llamarte raro”, “por vestir cutre”, “por no almorzar”, “por llegar tarde a clase”, “por no traer el material”, “por faltar a clase”.
Es muy difícil ser niño cuando tus padres no pueden protegerte, no porque no quieran. En la mayoría de los casos es porque su situación les impide ofrecer a sus hijas e hijos las condiciones adecuadas. Una comida saludable, ropa, calzado y material escolar necesario, una vivienda digna, atención…
Y recordemos que la pobreza se hereda: “Un niño o niña que crece en condiciones de pobreza tiene más posibilidades de abandonar los estudios, tiende a tener peores resultados académicos y crecerá en un contexto socioeconómico que influirá en gran medida en su futuro profesional. Según un estudio de la OCDE, en España una familia pobre necesitará cuatro generaciones para alcanzar la clase media”. (José Moisés Martín Carretero. El futuro de la prosperidad).
Por eso es tan importante luchar con todos los recursos posibles para minimizar el impacto de infancias truncadas. Mientras las personas adultas no logremos dar coherencia a esta sociedad con trabajos decentes, un acceso a la vivienda digna garantizado, conciliación familiar, igualdad de género…, nuestra infancia seguirá desprotegida. En este contexto debemos velar por ella a través de la prevención y la sensibilización de la sociedad, especialmente de las personas que trabajan con niños y niñas. Desde las escuelas, los clubes deportivos, los centros juveniles, las plataformas sociales… Si logramos acompañar a esas niñas y niños hacia una adultez con oportunidades, les daremos espacio para seguir siendo niños y niñas, y la esperanza para ser quienes deseen ser “de mayores.
Joana Monzó
0 comentarios