El hombre mediocre, el tibio, el rutinario interesado y cotidiano, se conforma con cualquier cosa, pero la virtud elige y exige, y si los “sueños” de Don Bosco generan estímulos, sus sueños de virtud generan dioses o al menos santos.
San Juan Bosco no podía desear otra cosa.
El “Oratorio” de Valdocco fue un mundo bastante cerrado, pero fue la armonía de unos muchachos con un sistema de educación en el medio, y se regía por las mismas leyes que una teogonía, la Divina Comedia y hasta la astrología precopernicana. Los círculos dantescos de aquel sistema fueron concéntricos y los muchachos de Don Bosco quedaban apresados en el más sutil de todos ellos: el amor.
“Razón, religión, amor”. He ahí los pilares del “sistema” del santo, alabeados, en chicos como Domingo Savio, Miguel Magone, Francisco Besucco, que se desbordaban a sí mismos.
Ganado el corazón del alumno, el educador puede seguirle, aconsejarle. La práctica de este sistema se apoya en las palabras de San Pablo:”La caridad es benigna y paciente; todo lo sufre, todo lo espera, aguanta cualquier molestia. Por esto, solo el cristiano puede aplicar con éxito el sistema preventivo.
El 24 de junio es la fiesta de San Juan Bautista. Es el onomástico de Don Bosco. Carlos Gastini y Félix Reviglio, a pesar de la pobreza de los tiempos, deciden hacerle un regalo. Pero ¿qué pueden comprar con los precios que se anuncian tras los cristales de los escaparates? Nada, nada: dos pequeños corazones de plata, de los que compra la gente para llevarlos a la Virgen “por las gracias recibidas”. Extraño, pero genial y conmovedor.
La víspera de la fiesta, cuando todos se han acostado, van ellos a llamar a la puerta de Don Bosco y se los ofrecen, encendidas de rubor las mejillas.
“A la mañana siguiente todos se enteran de aquel regalo y no sin cierta envidia”, escribe Lemoyne.
No es afán de lírica, ni de educación, ni de agradecimiento, sino la convicción de su situación. Viven intensamente en un mundo que es pleno. Tienen la convicción de su importancia, de su trance, de lo enzarzado de sus vidas. El simple escamoteo de la bondad o benevolencia del santo es un castigo, pero un castigo que excita la emulación, da valor y no envilece nunca.
Con la canonización de Domingo Savio, el sistema de la “razón, religión y amor” acabó de entrar, inopinadamente, en lo más profundo de la vocación de Don Bosco, en la catedral sumergida en su magisterio.
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