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Arranque
Y pienso de nuevo en Vejer
en esa luz de alerta que multiplica
su Circo del Sol prodigioso.
Vuelvo a mirar a toda la asamblea reunida
expectante
silenciosa
ferviente.
El futuro anda suelto por las calles empinadas
y desiertas, como un perro sin amo.
Se detiene el tiempo en cada esquina
de los sentimientos del predicador de la novena
de la Virgen de la Oliva.
Y que sabe cuál es su misión:
Incomprender el mundo, el demonio, la carne
–los tres enemigos del hombre–.
Por eso los astros orbitan mis palabras
y mis escritos, tras aplastar el sueño de la razón,
el sueño griego de la razón.
Rechazo que Platón –el loco–
me explique el mundo inexplicable:
El de la sencilla fe católica vejeriega,
el del océano de la desesperanza,
de los emigrantes subsaharianos,
el de los diluvios secos de los campos
de Gibraltar y de Medina Sidonia,
el de los alemanes de mármol
del Cristo de Jesús Nazareno,
el de las cobijadas deslumbradas,
mientras acarician la balaustrada enmohecida
de uno de esos miradores
que definen toda la arquitectura vejeriega.
“Nunca ha existido una mazmorra
más inexpugnable
que aquella de la que el prisionero
no quiere salir” (Velaza).
En la parroquia del Divino Salvador rebosante
hoy es nunca, porque nacimos ciegos,
aunque el mundo sin nosotros
sería un absurdo espejo absurdo.
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Provocación
– “Que se me paralice la mano derecha,
si Dios existe”.
Afirma, contundente y rotundo, deslenguado y voraz,
el diputado Suñer y Capdevila,
levantando la mano derecha en diagonal
hacia el hemiciclo del congreso de los diputados.
Está en la cumbre. Está en su cumbre.
Las Constituyentes de 1869 azotan España. Otra vez más.
Vive una semana atónita y blasfema:
La segunda de abril.
– No se me paraliza, a la una…
No se me paraliza, a las dos…
El diputado Suñer –reír de puerta ajena–
ha aprendido a hablar con el idioma de los muertos
–el médico de la Ampurdá–
se recrea en el futuro inmortal de su ciencia
aplasta la música de Bach, Beethoven y Falla
bajo los tilos crecederos de El Retiro
y llena sus maletas de futuros vacíos,
aunque desafía la ley del ocaso católico.
En vano.
– No se me paraliza, a las tres…
Luego Dios no existe.
Vibrante e impositivo, chilla mortificante:
“¡Dios no existe!” ¡Dios no existe!”.
El diputado ampurdanés vibra, mortificante,
al escoger el arte de lo estéril, la palabra del imbécil,
–“que habla el buey y dice muuuu”–
el ultraje del desuso
y pretende vengarse huyendo hacia
la injuria, la blasfemia, el olvido.
Tosen sus señorías liberales,
garraspean los tradicionalistas,
murmuran los republicanos católicos,
braman los republicanos no católicos,
rompen el precinto de los escaños los tres clérigos católicos:
García Cuesta, Monescillo y Manterola.
Y el canónigo de Vitoria, concedida la palabra, dice:
– Vengo a decir la verdad, toda la verdad.
Tengo más certeza de las verdades católicas
que los geómetras de sus teoremas.
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Sesión de las blasfemias
– Que no se me paralice la mano derecha…
Que no se nos paralice la mano derecha
si existe…
Separamos las páginas intactas del viento
en el mar de Alborán.
Retiramos el velo de la noche
porque la luz negra es silencio
que ilumina nuestras ermitas de San Andrés,
San Francisco, La Jandilla, San Miguel…
saludamos las almas enfundadas en sus cuerpos
insepultos. La vida es un baile de máscaras.
Y rendidos regresamos a nuestra parroquia,
nuestra casa,
con las manos llenas de esperanza.
Aquí dentro, la salvia, el tanaceto, el romero,
la ajedrea y el hinojo
nos regalan la minuciosa dulzura
que hace frente al indecible horror
del tiempo que vivimos.
– Y qué decir de esa, a la que llamamos
Virgen María, la madre de Dios… –chilla Suñer y Capdevila.
– Señoría, llamo al orden a su Señoría –interrumpe Nicolás Rivero, la Maritxel Batet de entonces.
Pero el diputado Suñer sangra blasfemias,
por sus podridas venas republicanas.
– Inmaculada, Purísima Concepción, la llaman
sus fanáticos adoradores…
El insulto doliente del ampurdanés se hacía cada vez
más profundo, cada vez más cercano.
El almirante y ministro gaditano Juan Bautista Topete interrumpe:
“Yo no como ministro, sino como español, creo que tengo la representación
de 17 millones de españoles, que aún no han perdido la fe ni la vergüenza,
para protestar contra las blasfemias del señor Suñer…”.
– ¿Purísima, la que…?
– Señoría, señoría…, no tiene la palabra. No tiene la palabra–zanja Rivero.
Todo se hizo, como escribía Gustavo Adolfo Bécquer,
“vil materia, podredumbre y cieno”.
– “¿Purísima Concepción…?”.
– No tiene la palabra, no tiene la palabra.
– Señoría, señoría…
El tiempo dejaba arrugas en el paisaje de la Cámara.
La blasfemia rasga la seda de las palabras.
El sonido del mazo cae sobre la asamblea.
– Queda cerrada la sesión.
Se disuelve la sesión.
“La sesión de las blasfemias”, la llama la Historia.
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Madre de Dios
Vicente Manterola y Pérez, canónigo de Vitoria, y
diputado tradicionalista por San Sebastián,
despeina las estatuas de la Virgen María de todo el País Vasco:
Begoña de Bilbao, Estíbaliz de Álava y June de Irún,
y en triunfante hilera las pasea por las calles
entre el dorado acento del vino de La Rioja,
y las bendiciones de los vascos, firme el pulso, erizada la capacidad
desde un catolicismo vital y ávido y feroz.
Antolín Monescillo y Viso, obispo de Jaén,
sólidamente instalado entre los mejores polemistas
vuela con su alma al cielo de su diócesis
para procesionar con sus “Vírgenes Marías” de la Capilla,
La Morenita,
Linarejos,
de la Cabeza,
Angustias,
abrazados los andaluces en el ocaso de las miradas serenas,
a la luz del alma.
Miguel García y Cuesta, cardenal arzobispo de Santiago,
la capital de todas las bellezas
de todas las culturas de España
de todas las fachadas de catedrales
“bordadas de palomas” (Hierro).
Quiso ver la vida católica de todos los pueblos
rezando rosarios de aurora.
Amigos de Vejer:
Me inclino ante nuestra Virgen de la Oliva
–Inmaculada Virgen, Madre de Dios– y Auxilio de los cristianos, judíos y musulmanes,
para recoger con ternura un puñado de nieve
en estas tierras de Vejer, Virgen de la Oliva,
de Conil, Virgen de las Virtudes,
de Grazalema, Virgen de los Ángeles,
de Medina-Sidonia, Virgen de la Paz,
de Olvera, Virgen de los Remedios,
de Setenil, Virgen del Carmen,
de Chipiona, Virgen de la Regla,
precisamente aquí, entre el Mediterráneo
y el Atlántico,
solo un puñado de nieve,
para acunarlo entre nuestras manos,
como a un pájaro,
“para que no llore de frío” (Hierro),
como a cientos de gaviotas de El Palmar,
de Zahara, de Barbate,
“para que no lloren de frío”.
PD.-
– “Que se me paralice la mano…”
Me suelta el alcalde por la calle y me invita a una cerveza.
– “Que se me paralice…”
Me irrumpe el tendero de UMANA y me invita a un vermú.
– “Que se me paralice…”
Me añade la joyera Oli y me lleva a casa de Charo Vite para tomar un
“tinto de verano, Don Simón”, solo sabe a agua. Menos mal…
Este gesto mínimo y mecánico es ahora una declaración de intenciones:
– Que Dios existe.
– Que María, Madre de Dios, Virgen de la Oliva, despeja nuestros horizontes, adoptando la realidad de nuestro pueblo donde refugiarnos:
Concreta, única, propia.
Que María Auxiliadora desde Cádiz, Campano, Jerez de la Frontera, La Línea de la Concepción, Algeciras, Rota, San José del Valle, bendice a toda la juventud gaditana.
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