Duelo

Aprendiendo a Vivir

30 octubre 2025

Fernando García

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“Ante un dolor profundo que toca lo más íntimo del alma se necesita tiempo, silencio, compañía, contemplación, afecto y cariño”.

El duelo nos coloca ante uno de los procesos más íntimos y sagrados que puede afrontar el ser humano. Nuestra sociedad rehúye mirar de frente a la muerte y ha experimentado unos cambios tan radicales en estas últimas décadas que el duelo se ha convertido en algo profundamente contracultural.

Ante un dolor profundo que toca lo más íntimo del alma se necesita tiempo, silencio, compañía, contemplación, afecto y cariño. Por eso el duelo no hace buenas migas con la publicidad de la intimidad a la que nos hemos habituado en esa comunicación superficial que domina las redes sociales, ni con ese funcionalismo de lo inmediato por el que se quieren resultados de aquí para ya, sin tener la paciencia de esperar el ritmo de las cosas.

El dolor genera congoja, tristeza y desasosiego, pero el dolor es parte de la vida y el ser humano ha recibido el poder de dotarle de un sentido. Cuando el dolor se asocia a la pérdida de alguien a quien se ha amado intensamente, ese amor condensado a lo largo de los años puede transformar la ausencia en recuerdos generadores de vida que impulsan para seguir caminando gracias a los aprendizajes realizados con la vida de quienes nos han querido.

Hay personas que ante la muerte de un ser querido paran el reloj del tiempo dejando las cosas como estaban sin atreverse a cambiar nada y a afrontar que aunque nada volverá a ser como antes todo puede ser diferente si se sabe mantener en esa vida que continúa la presencia de los que nos han querido.

La fe tiene un potencial terapéutico en este camino y se convierte en un misterio generador de paz y de esperanza. La experiencia religiosa no nos regala atajos para el camino, pero acompaña los diversos momentos del proceso, desde aquellos momentos de emoción desbordada por un dolor ante el que no se encuentra consuelo hasta la capacidad de convertir los objetos y recuerdos en sacramentos de la vida y signos del amor y de la presencia.

Ante una experiencia tan íntima y personal no valen las recetas, ni las frases hechas que en ocasiones duelen más que ayudan. La muerte nos coloca ante la madurez de la vida y nos obliga a recorrer nuestro camino de forma única, personal e intransferible. Las experiencias de otros podrán ser inspiradoras, pero nunca sustitutivas de cómo gestionar el dolor y hacer de él un espacio de aprendizaje que nos haga crecer.

El tiempo fluye en cada persona de un modo diferente y lo que para alguien puede ser sanador para otro puede ser una carga innecesaria. Hay un tiempo para llorar y otro para hacer silencio. Hay un tiempo para recoger y otro para reconstruir. Hay un tiempo para estar solos y otro para disfrutar de esa conversación con los más cercanos, en la que se ponen nombres a las emociones o de esa compañía que permite sentirte arropado y reconfortado.

La vida no es solo un ciclo biológico y por ello el espíritu humano puede sacar vida de la muerte y esperanza del dolor. El duelo es el tiempo que necesitamos para que los procesos germinen, crezcan, maduren y lleguen un día a dar fruto.

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