Educar más allá de las debilidades

9 junio 2025

En el último capítulo del Evangelio de Juan, el capítulo 21, encontramos el encuentro de Jesús con Pedro. Leemos un diálogo que se construye en torno a tres preguntas y termina con un mandato (Jn 21, 15-23). Quisiera comentar este encuentro que arroja una luz particular sobre nuestra misma misión de evangelizadores y educadores. Es un pasaje que presenta un momento fundamental en la vida de Pedro y también en la misión de la Iglesia naciente. Para nosotros, que estamos comprometidos en la misión salesiana, también resulta rico en significados educativos y pastorales.

Tras la resurrección, Jesús se manifiesta a los discípulos en el lago de Tiberíades y, después de compartir una comida con ellos, se dirige a Simón Pedro con tres preguntas sucesivas que tocan la relación directa entre él y Pedro: “Simón, hijo de Juan, ¿me amas?”. En las dos primeras preguntas, lo que Jesús pide es un amor exigente que no calcula los costes. Esta pregunta, repetida dos veces a Pedro, resulta exigente y desafiante. Él es consciente de su debilidad, causada por su traición. Por eso, en dos ocasiones su respuesta es, sí, una afirmación de amor, pero de un amor más humano, frágil. Ante estas respuestas, Jesús le confía igualmente el cuidado de su rebaño.

Es la tercera pregunta la que pone a Pedro en crisis, porque Jesús le pide precisamente ese amor del que él es capaz: el amor humano con debilidades, fragilidades y límites. Podemos decir que Jesús llama a Pedro a un amor “elevado”, pero sin ponerle en una situación imposible o de desánimo.

Pedro, por su parte, se da cuenta tanto de que su amor es débil como de que Jesús hace todo lo posible para ayudarle a no rendirse. Desea ser sincero y permanecer cerca de Jesús. Su respuesta a la tercera pregunta es testimonio de que su corazón, aunque herido, quiere entregarse por completo a Jesús: “Señor, tú lo sabes todo; tú sabes que te quiero” (v.17).

Descubrimos entonces que no se trata solo de un triple diálogo que remite y supera la triple negación de Pedro antes de la Pasión. Tenemos un ejemplo de un diálogo que marca un camino basado en el amor verdadero, que favorece la reconciliación, estimula el crecimiento y la responsabilidad, consigo mismo y con los demás. Vemos cómo este diálogo entre Jesús y Pedro es un modelo de educación espiritual y humana.

Aquí van algunas observaciones útiles para nosotros, que acompañamos a niños y jóvenes en su crecimiento y maduración en su vida.

Confianza que nunca falla

Después de la traición, Jesús no solo perdona a Pedro, sino que va más allá: le confía una responsabilidad aún mayor. Esto representa para nosotros una extraordinaria lección educativa: la confianza concedida es una confirmación renovada del respeto hacia la persona. Un amor que da dignidad y hace responsable. Jesús no se limita a perdonar, sino que devuelve a Pedro su misión, ahora enriquecida con una nueva conciencia.

Al anuncio de la traición de Pedro hecho por Jesús, no le sigue la típica reacción de “¡te lo dije!”. Jesús “ve” la traición, pero también “ve” más allá. El suyo es un amor que conoce la debilidad humana, pero que tiene la fuerza de hacer brotar desde dentro del corazón herido la semilla de la bondad. Y esta semilla nunca desaparece. Lo que Don Bosco llamó el punto de bondad en el corazón de cada muchacho, lo vemos aquí cuando Jesús lo encuentra y hace todo lo posible para que emerja. El mal cometido nunca debe tener la última palabra. La última palabra debe ser siempre el amor, la caridad del buen pastor.

Esto significa tener paciencia y respeto por los tiempos. La experiencia nos enseña que muchas veces el mal cometido solo necesita ser encontrado con afecto, paciencia y compasión. Especialmente los niños y jóvenes, y Don Bosco lo expresa muy bien cuando habla del Sistema Preventivo. En el momento en que los niños y jóvenes se sienten rodeados de un amor maduro y adulto, que facilita y no condena, que escucha y no impone, aflora esa bondad escondida pero presente hacia el bien. Es un resorte que activa sorpresas de bondad que muchas veces están olvidadas o sepultadas por experiencias negativas vividas y/o sufridas.

¡Cuán urgente es hoy que nuestros chicos y chicas encuentren adultos, madres y padres, educadores y educadoras sanos y maduros, pacientes y con visión de futuro! Son auténticos aquellos recorridos que respetan la unicidad de la persona, con sus debilidades pero también con su potencial. Somos verdaderos bienhechores cuando conseguimos ver el tiempo como espacio para un crecimiento gradual y sólido. Es una actitud que evita proponer –o, peor aún, imponer– modelos estandarizados que encasillan a las personas.

Hacia el final del encuentro entre Jesús y Pedro hay un detalle que me gustaría comentar. Pedro pregunta a Jesús sobre Juan: “¿Y él?”. Y Jesús corta por lo sano, como diríamos hoy: “Si quiero que él permanezca hasta que yo venga, ¿a ti qué te importa?”.
Una respuesta tajante, y también una lección clara para Pedro. En pocas palabras, Jesús invita a Pedro a centrarse en su propio crecimiento, sin hacer preguntas curiosas e inútiles sobre los demás. Y esta respuesta “tajante” es muy oportuna. Ser responsables y ayudar a otros a asumir su propia responsabilidad también implica clarificar los parámetros para que el proceso de crecimiento no se desvíe. Porque el riesgo de la comparación y de medirnos con los demás es nocivo. El verdadero camino educativo es personal, no competitivo. Desviar la atención de uno mismo hacia los demás impide centrarse en el propio camino.

Educación como relación de amor que genera futuro

El pasaje culmina con la invitación: “Tú, sígueme”. En estas dos palabras se encierra la esencia del proceso educativo cristiano: el seguimiento personal, la relación directa con el Maestro. La auténtica educación no es la transmisión de conocimientos, sino la introducción a una relación viva.

El triple “¿me amas?” revela que el amor es el fundamento de toda auténtica relación educativa. Solo cuando el educador ama verdaderamente al educando, y el educando responde con amor, se crea ese espacio de libertad y confianza en el que la persona puede crecer plenamente. La educación cristiana, la experiencia salesiana, encuentra en este pasaje un modelo sublime: un proceso de transformación basado en el amor, perdón, confianza y respeto a la libertad.

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