El Carisma, una chispa que transforma

11 julio 2025

Se entiende por carisma la capacidad de atraer, inspirar y motivar a otros, no solo mediante las palabras, sino a través de la forma de ser, de relacionarse y de encarnar ciertos valores que resultan atractivos para quienes rodean a la persona carismática.
Nuestra Congregación, de hecho, nació de una persona con un gran carisma, ¡un verdadero soñador!

El carisma es esa chispa, ese magnetismo que algunas personas poseen, una especie de luz interior que inspira, atrae y moviliza.

Es una sutil combinación de pasión, autenticidad, empatía y una capacidad innata para conectar. Una persona carismática tiene la habilidad de comunicar no solo ideas, sino principalmente emociones y convicciones, generando confianza y un sentido de pertenencia en quienes la rodean.

Es un regalo que, si se usa bien, puede ser una fuerza tremenda para sumar y construir. Con carisma se pueden lograr cambios, unir a la gente y animar a los demás a sacar lo mejor de sí mismos.

Entonces ¿por qué tanto miedo y tantas trabas a estas personas? En muchas ocasiones, la persona carismática se asegura las miradas inquisidoras del rebaño y -en algunos casos – puñales disfrazados de bondad, alimentados por la envidia y los celos enfermizos que nacen de la mediocridad.

En la Iglesia, en la sociedad, en cualquier sitio, ¡cabemos todos! Católica significa literalmente “para todos”, «universal».

Pero en el ámbito eclesial, el carisma adquiere una dimensión aún más profunda. Aquí, no se refiere meramente a una cualidad personal, sino a un don del Espíritu Santo otorgado a los fieles para el bien común. Estos carismas pueden manifestarse de diversas formas: desde la capacidad para enseñar y predicar con arte, un ritmo de trabajo descomunal, una intuición y habilidad para gestionar recursos fuera de lo común, la empatía arrolladora o la simple y profunda capacidad de consolar, escuchar y acoger.

Bien discernido y puesto al servicio de la comunidad, fortalece la fe, impulsa la evangelización y promueve la unidad. Sin estos dones, la Iglesia podría volverse una institución meramente burocrática, una apisonadora de sueños, carente de la vitalidad que heredó del Espíritu Santo.

Es una fuerza que impulsa, une y transforma. Es un recordatorio de que cada uno de nosotros tiene un potencial único para impactar positivamente en su entorno, y que, en la Iglesia, la diferencia es sinónimo de riqueza.

Pero la importancia del carisma no se limita a la esfera eclesial. En la vida cotidiana, ya sea en el trabajo, la escuela, la familia o cualquier otro ámbito, contar con personas carismáticas puede facilitar la resolución de conflictos, fomentar la cooperación y abrir espacios de diálogo sincero. Un profesor carismático no es solo aquel que explica bien su materia, sino el que inspira a sus alumnos a superarse, a amar el conocimiento y a confiar en sus propias capacidades. Un líder carismático en una empresa es aquel que motiva a su equipo, reconoce los logros de otros y sabe escuchar antes de imponer.

Tener carisma no implica ser individualista ni buscar destacar por encima de todos. La persona carismática no impone, sino que propone; no absorbe toda la atención para sí, sino que sabe compartirla y redirigirla hacia quienes lo necesitan.  Como me gusta decir, el verdadero líder se rodea de los mejores, preferiblemente que sean mejor que tú, sin miedos ni complejos.  Ahí radica el éxito. Hay quien teme que la luz de otros apague su llama. Muy triste vivir así.

El carisma no es el enemigo, es nuestro aliado. Formar personas carismáticas es un desafío y una tarea que comienza en casa y se refuerza en la escuela, la iglesia y otros espacios comunitarios. Se trata de promover la autoestima sana, la escucha activa, la empatía y la capacidad de comunicar ideas y sentimientos de forma clara y honesta. Estos elementos, trabajados de manera constante, permiten que surjan líderes activos que contribuyen al bien común con entusiasmo y creatividad.

El verdadero liderazgo no se impone, sino que se gana a través de la confianza y el ejemplo. Miremos las grandes instituciones de nuestra sociedad ¿corremos el peligro de que se conviertan en grandes moles que hay que mantener intactas y perdieron su sentido profético de denuncia, de valentía, de avanzar por caminos inexplorados?

¡Que nunca se nos olvide que esas mismas instituciones nacieron de un carisma que ardía de pasión!

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