Transportando esperanza
Por aquel tiempo era yo el carro de un pobre campesino que ganaba el sustento cultivando los escasos terrenos que poseía en las colinas de I Becchi.
Aquel año se había malogrado la cosecha. No había doradas mazorcas que transportar al granero. El invierno se presentaba frío y mísero.
Yo permanecía arrumbado en la parte trasera de la casa de Juan Becchis, que así se llamaba mi dueño. Mi amo, maldecía una y otra vez a la oruga del maíz que había malbaratado tallos y mazorcas.
Todavía recuerdo aquella mañana de octubre. Un muchacho recorría las casas de la aldea. Llamaba de puerta en puerta. Mendigaba un poco de trigo, maíz, patatas, queso… Pretendía pagarse los estudios en la ciudad de Chieri con lo que recogiera de la pública caridad. Era Juan Bosco, el hijo de Margarita de I Becchi. Todos le conocían por su bondad y habilidad en realizar juegos para entretener a los chiquillos los domingos. Pronto comenzaron a llenarse los dos sacos en los que depositaba las provisiones que le procuraban los aldeanos.
El chico llamó también a la puerta de nuestra casa. Mi dueño le miró con pena. Movió negativamente la cabeza. Se disculpó. Nuestro granero estaba vacío. No tenía nada con qué ayudarle… Le despidió con resignación.
Cuando el chico marchó, mi dueño siguió trabajando. De pronto, al pasar junto a mí, se iluminó su rostro. Se acercó. Puso su encallecida mano sobre el aro de hierro que recubre mis ruedas. Y, como quien ha encontrado la solución, se fue en busca del muchacho.
A la mañana siguiente, aparejó la mula. La unció al tiro. Chirriaron mis ruedas. Mi anquilosada alma de carro recuperó vida y movimiento.
Nos detuvimos ante la casa de Juan Bosco. Cargaron sobre mí un pequeño baúl con el ajuar del chico, un saco de maíz y otro de trigo… Mi dueño no paró de silbar alegres canciones durante el trayecto hasta Chieri. Había descubierto la forma de ayudar a aquel muchacho que quería estudiar para ser sacerdote. Retornamos al anochecer.
Luego, yo regresé a la rutina de los carros campesinos. Olvidé el viaje. Rodaron los años al compás de los giros de mis ruedas.
Sin embargo, ayer todo volvió a comenzar. No sé cómo fue. Pero aquel muchacho, ya sacerdote y vestido de sotana, llamó a la puerta de mi dueño. Sonreía como antaño. Pero esta vez no venía solo. Le acompañaba un grupo de chicos pobres de Turín. Y mi dueño, al no tener nada mejor que ofrecerles: aparejó la mula y la unció al tiro. Subió a los chicos sobre mí. Emprendimos viaje por las colinas y valles cercanos. Durante todo el día no se escuchó el quejumbroso chirriar de mis ejes. Lo tapaban los cantos alegres de los chicos de Don Bosco. Llevé la vida sobre mí. Fui todo lo feliz que un viejo carro puede serlo.
Nota: El campesino Juan Becchis, no teniendo nada con qué ayudar al muchacho Juan Bosco que mendigaba de puerta en puerta para poder estudiar y ser sacerdote, “se presentó con su carro y le llevó de balde a Chieri el baúl de ropa y los sacos de trigo y maíz” (MBe I, 212).
Fuente: Boletín Salesiano
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