Soy un carruaje de alquiler. Por aquellos tiempos residía en el Corso Casale de Turín. Allí permanecía junto a otros carruajes hasta que alguien solicitaba mis servicios. Transportaba por las calles de la ciudad tanto a elegantes damas de la aristocracia local como a políticos anticlericales. Mis flexibles ballestas garantizaban viajes cómodos y rápidos.
Recuerdo que un día llegaron dos sacerdotes del Arzobispado. Tras conversar con mi dueño, alquilaron mis servicios. Los caballos iniciaron un suave trote. Atrás quedaron las señoriales avenidas porticadas. Durante el trayecto escuché a mis clientes hablar con compasión de un joven sacerdote que había perdido el juicio: se dedicaba a jugar con los golfillos de la ciudad, les recogía de las calles, reía con ellos… Convenía encerrarlo en el manicomio por el buen nombre del clero. Y yo era el encargado de cumplir tan penosa tarea.
Tras recorrer los abruptos caminos del barrio de Valdocco, los caballos se detuvieron ante un sencillo edificio del que entraban y salían muchos jóvenes. Los dos eclesiásticos se dirigieron resueltos hacia la vivienda.
Regresaron media hora después. Les acompañaba un joven sacerdote que sonreía y bromeaba con los jóvenes que hallaba en el trayecto… Los dos clérigos intentaron que él subiera primero al carruaje. Pero él, deshaciéndose en cumplidos, consiguió que fueran ellos quienes ascendieran primero. Luego, quedándose en tierra, cerró mi caja con un portazo y gritó: ¡Al manicomio! El cochero fustigó a los caballos. Emprendimos veloz carrera. Mis ballestas apenas podían soportar los baches del camino. Poco tiempo después cruzábamos, como una exhalación, las puertas del manicomio.
Los enfermeros redujeron inmediatamente a los dos eclesiásticos, que en vano afirmaron estar cuerdos. Dos horas después se aclaró el equívoco gracias a la intervención del capellán del manicomio.
De esta historia han transcurrido muchos años. Ahora soy tan sólo un carruaje roto y arrumbado que sufre agudos ataques de óxido en las llantas de sus ruedas. De entre tantos y tan importantes pasajeros como he tenido, jamás olvidaré a aquel cura joven que… nunca llegó a sentarse en mis elegantes asientos tapizados.
Nota: Año 1846. Don Bosco reúne a una multitud de muchachos, les visita en su trabajo, juega y ríe con ellos y les educa. Algunos buenos eclesiásticos piensan que Don Bosco ha perdido el juicio e intentan llevarlo al manicomio para preservar el buen nombre del clero turinés. (Memorias Biográficas Tomo II, pags. 309-315).
En que tomo y pàgina aparece esta anècdota en las Memorie biogràfiques en italiano?