Es de muy difícil digestión por cualquier ciudadano de bien de este país el penoso espectáculo mediático propiciado por la comparecencia de la socialista Leire Díaz y el comisionista Aldama en un hotel de Madrid hace pocas fechas, con la puesta en escena de la protagonista, quien estuvo veinte minutos dejándose grabar y fotografiar posando ante un bosque de cámaras, antes de comparecer brevemente, sin admitir preguntas, para que luego, el presunto corruptor reventase su gran momento.
Todos los canales y emisoras generalistas abrieron sus informativos ofreciendo un espectáculo esperpéntica acabado en gritos, empujones, frases hirientes y tumulto. La escena, más allá de reflejar la sordidez del asunto, es un ejemplo fehaciente del nivel al que ha llegado la comunicación pública en nuestro país, con una polarización y teatralización de las posiciones políticas e ideológicas más allá de la mínima dosis de sentido común y de corrección en las formas.
El discurso del “¡y tú, más!”, el cinismo y el desprecio por cualquier tipo de diálogo en busca de consenso; la inmediatez en las reacciones y la difusión exponencial de prejuicios y falsedades nos está llevando a un punto de difícil retorno.
Es verdad que el contexto mundial y geopolítico actual es nefasto. Poderosos intereses económicos, tecnológicos y políticos están calentando un caldo tóxico que solo beneficia los más poderosos y a quienes controlan los medios para hacerse imponer su voz. Sin olvidar los potentes soportes ideológicos que sustentan esta agresividad sin límites: laboratorios de ideas reaccionarias o directamente filo fascistas.
Pero ya sabemos que todo está inter conexionado en comunicación, y que lo global gestionado con malicia acaba contaminando también a escala local e incluso interpersonal.
Todos somos comunicadores, profesionales o ciudadanos de a pie, nos podemos preguntar si hay lugar para la esperanza, si los comunicadores están llamados a ser portadores de esta virtud, incluso en situaciones adversas. El mensaje del recordado papa Francisco en la 59º Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales invita a mantener encendida la esperanza de una buena comunicación y emplea esta bella expresión: “La esperanza es un riesgo que correr, incluso es el riesgo de los riesgos”.
El comunicador, sea profesional o no, debe estar muy atento a purificar la comunicación de agresividad, prejuicios y falsedades, apostando por un lenguaje que construya y no divida. Y de ahí se deriva la necesidad imperiosa de “desarmar la comunicación”, de purificarla de la agresividad, del interés espurio por la audiencia, el dominio y la claudicación del interlocutor, considerado como adversario.
El papa León XIV, en un encuentro con los representantes de los medios de comunicación congregados en Roma para el cónclave, ha agradecido el gran trabajo periodístico que han realizado, y recordándoles a todos ellos -creyentes y no creyentes- el “Sermón de la montaña”: “Felices los que trabajan por la paz” (Mt 5, 9) y les invita a “comprometerse en un tipo de comunicación diferente, que no busca el consenso a cualquier coste, no se reviste de palabras agresivas, no asume el modelo de la competición, no separa nunca la investigación de la verdad y del amor con el que humildemente debemos buscarla”. Y remacha: “La paz comienza por cada uno de nosotros, por el modo en el que miramos a los demás, escuchamos a los demás, hablamos de los demás. El modo en que comunicamos tiene una importancia fundamental: debemos decir ‘no’ a la guerra de las palabras y de las imágenes, debemos rechazar el paradigma de la guerra”.
En estos tiempos cenicientos, en los que parece instalada la barbarie y el estrambote en despachos ovales, parlamentos, emisoras y redes, deviene urgente desarmar la comunicación de cualquier perjuicio, rencor, fanatismo y odio, de agresividad. No sirve una comunicación estridente y de fuerza, sino más bien, “una comunicación capaz de escuchar, de recoger la voz de los débiles que no tienen voz. Desarmemos las palabras y contribuiremos a desarmar la tierra” (León XIV, a los periodistas).
Si elegimos de forma valiente y juiciosa el camino de una comunicación para la paz, es necesario descubrir las historias de bien y contarlas; interpretar la realidad y dar el adecuado contexto a las informaciones, construir puentes y no muros y ser comunicadores de esperanza con sentido de comunidad, como invita el Jubileo: “la esperanza es siempre un proyecto comunitario” que necesita comunicadores que no olviden el corazón para sanar, confiar y promover el cuidado mutuo.
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