Tan sólo soy un viejo cuaderno. Permanecí muchos años abandonado en el cuarto trastero de las Escuelas Municipales de la ciudad de Chieri. Vivía sepultado en la oscuridad de un antiguo arcón, rodeado de decenas de cuadernos gastados. Todos ellos conservaban en su interior correcciones echas con lápiz rojo; heridas de antiguas batallas escolares libradas contra el cálculo y la ortografía.
En la parte inferior de cada libreta figuraba el nombre de su antiguo dueño. En mi tapa aparecía tan sólo una enigmática inscripción: “La Sociedad de la Alegría”. No conocer a mi dueño me sumergía en una incómoda orfandad.
De pronto todo cambio. Alguien abrió con energía la tapa del arcón. Chirriaron los goznes herrumbrados… Un rayo de luz nos inundó. Unas manos comenzaron a rebuscar con energía. Mis compañeros se agitaron. Todos ansiaban verse libres del olvido, volver a la luz y sentir una caricia agridulce de nostalgia. La agitación duró varios minutos.
De pronto cesó la búsqueda. ¡Yo era el elegido! Noté cómo me agarraban y me transportaban al mundo de la luz. Junto a la claridad de la ventana unos ojos me contemplaron con ternura, acariciaron cada página y evocaron un tiempo cargado de nombres que formaban paisajes de amistad.
Mientras aquella mirada se deslizaba por mi cuerpo de papel, comencé a recordar mi vida anterior: el porqué de mi extraño nombre, las listas de socios escritas en mi interior, los elencos de libros de lectura, las cuentas de los escasos dineros acumulados y gastados… Abandoné las brumas del olvido y recuperé mi dignidad.
Tengo el honor de conservar entre mis hojas la historia de “La Sociedad de la Alegría”; un grupo de adolescentes que, capitaneados por Juan Bosco, se asociaron para dibujar sonrisas sobre la seriedad gris de la vida.
Actualmente reposo en una estantería del escritorio de Juan Bosco. Aquel muchacho de antaño es ahora un joven sacerdote que acoge y educa a los muchachos pobres de Turín. Mis hojas de papel amarillento se llenan de satisfacción cuando me muestra a sus muchachos y les dice con voz cargada de evocaciones: “Mirad, aquí comenzó todo… este cuaderno conserva los nombres de quienes nos asociamos para estar siempre alegres”. Y, manteniéndome entre sus manos, les habla de un pasado que es futuro. Entonces siento entre mis hojas un aleteo nuevo de alegría.
Nota: Año 1832. Juan Bosco, adolescente de 17 años, estudia y trabaja en la población de Chieri. Con sus amigos funda “La Sociedad de la Alegría”; asociación juvenil destinada a fomentar la alegría y a promover el cumplimiento de las responsabilidades humanas y cristianas. Existía un listado de socios. (Memorias del Oratorio. Década Primera, nº 6-7).
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