El dedal de Mamá Margarita

Las cosas de Don Bosco  |  José J. Gómez Palacios

20 septiembre 2022

Nací en una acerería artesanal de Turín. El trabajador que me dio forma, llenó mi cuerpo redondo y brillante de pequeñas hendiduras para que las agujas no resbalaran. Y me lancé a la vida. Soñé con que me adoptaba una buena familia: varios niños de finos modales y una madre hacendosa que, al caer de la tarde, me colocara sobre su dedo mientras cosía.

Desperté de mis sueños en un puesto del mercado de Porta Palazzo de Turín. Viendo a las gentes que por allí pasaban, me llené de inquietud. Observé a mujeres trabajadoras con el cansancio grabado en el rostro. Escuché los gritos que surgían de las tabernas de la plaza, donde unos hombres -casi niños todavía-, olvidaban sus miserias apurando vasos de vino que brotaban de viejos toneles.

Me compró una mujer de edad. Vestía pobremente, pero en sus ojos brillaba una esperanza distinta. Me puso sobre su dedo. Comprobó que acoplaba perfectamente. Me compró y me guardó en su cesta de mimbre.

Cuando abrí mis ojos, ¡no me lo podía creer…! La mujer que me había adquirido era la madre de casi cien hijos… Una multitud de pequeños llamaba a la buena mujer: ¡Mamá Margarita! Mis reflexiones dedal no alcanzaban a comprender aquella situación.

Los “hijos” de aquella buena mujer vestían muy pobremente. Llegaban a casa agotados tras una jornada de más de doce horas en las fábricas. Pero al calor de aquella buena mujer, se transformaban. El cansancio se desdibujaba. Agradecían el pan, la polenta y el arroz que Mamá Margarita les ofrecía con amor inmenso. Para cada uno tenía una palabra de ánimo, de coraje y de consuelo.

Recuerdo aquel primer día. Había caído la noche. Los pequeños descansaban en sus camastros pobres pero limpios y arreglados.

De pronto, cuando ya se había hecho el silencio, llegó ella. Me tomó con cuidado. Me colocó sobre su dedo. Me ajustó con gesto largamente aprendido… Y comenzó su trabajo. Le esperaban los remiendos de una montaña de blusas obreras, camisas de franela y pantalones que mostraban con orgullo las cicatrices de anteriores remiendos.

Con preocupación descubrí que mi horario de trabajo tendría lugar siempre durante la noche. Como los pequeños no tenían ropa para mudarse, Mamá Margarita remendaba sus prendas en largas veladas nocturnas, mientras dormían.

Al amanecer observé cómo los chicos pasaban a recoger su ropa antes de vestirse e incorporarse al duro trabajo de las fábricas. En sus ojos medio dormidos se dibujaba el agradecimiento. Fue entonces cuando comprendí el sentido de mi vida. Me quedé para siempre con Mamá Margarita.

Cuando ella marchó definitivamente de nuestro lado, todos quedamos huérfanos. También yo, aunque parezca mentira. Ella vistió de ternura el Oratorio de Don Bosco.

Ahora soy un dedal abandonado. Sufro frecuentes ataques de óxido. Pero siempre recordaré que ayudé a aquella buena madre a zurcir camisas, pantalones… y a remendar, con hilos de afecto y cariño, las heridas que la vida dejaba en aquellos muchachos.

Nota. Los primeros muchachos acogidos por Don Bosco en el Oratorio eran tan pobres que no tenían ropa para mudarse. Mamá Margarita remendaba sus pantalones y camisas durante la noche, mientras dormían. Para ellos fue madre y educadora. (Memorias Biográficas III, 285-286).

2 Comentarios

  1. amaia

    Gracias por hacerlo tan sencillo, tan entrañable y tan bonito.

    Responder
  2. Hilda Margarita Araya

    Gracias por compartir esta información de Margarita madre San Juan Bosco. En una oportunidad preparamos para un aniversario mamá Margarita con las mujeres del grupo de oración y a Juan Bosco y sus amigos cuando era niño con los jóvenes.

    Responder

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