Briznas de hierba ajadas
Domingo, 15 de marzo 1846
Soy un prado de hierba verde y mullida. Me rodea un seto. Pertenezco a la granja de los hermanos Filippi, situada en las afueras de Turín. He decidido escribir este diario porque me siento privilegiado. Mis dueños me han alquilado durante todos los domingos del año a un cura llamado Don Bosco.
El sacerdote llegó esta mañana… No venía solo. Sorpresa. Le acompañaban ¡más de 300 muchachos! Durante todo el día he sentido sus pisadas sobre mi hierba. Sus pies inquietos me han sembrado de esperanza. A la primavera que me reverdece, se han unido sus primaveras: vidas jóvenes brotando hacia el futuro.
Domingo, 22 de marzo 1846
Hoy he vivido una nueva experiencia. A media mañana, me he convertido en un templo. Don Bosco, sentado en una vieja silla, confesaba a sus jóvenes. He imaginado que el seto que me rodea se transformaba en un muro de piedras labradas. El cielo era mi techo. Las palabras del joven sacerdote se elevaban como plegarias. Y cada acción de gracias por el perdón recibido, asemejaba una vidriera polícroma.
Han marchado con las últimas luces del día. Yo estoy agotado. Sus pisadas han quebrado los minúsculos tallos de mis hierbas. La madera de los zancos se ha hundido en mi tierra. Los aros de hierro han arado mi cuerpo trazando cientos de pequeños surcos.
Domingo, 29 de marzo 1846
Hoy han comenzado con cánticos a la Virgen. A continuación, Don Bosco se ha subido a una vieja silla y les ha hablado. Todos los ojos estaban fijos en él. Sus palabras dibujaban sonrisas en los labios de los chavales. Concluida la plática, han reanudado los juegos.
De pronto, Don Bosco ha reparado en un joven que les contemplaba con ojos tristes tras el seto. Se le ha acercado. Preguntas amables. Ante el silencio del chico, le ha dicho: ¿Te pasa algo malo? La voz del chico ha sonado como un lamento: ¡Tengo hambre! Dos bocadillos de salami han hecho aflorar su sonrisa y las ganas de jugar.
Cuando han marchado, mi agotamiento era enorme. Al anochecer, los hermanos Filippi han bajado a observar mis briznas de hierba mustias y ajadas. He percibido una honda preocupación en sus rostros.
Domingo, 5 de abril 1846
Querido diario: nunca imaginé que un domingo pudiera contener tanta amargura. Mis propietarios han comunicado a Don Bosco que dan por finalizado el alquiler, eximiéndole de todo pago. ¿El motivo? Los tallos de hierba están muertos y doblados contra el suelo. Mi tierra yace apelmazada.
He visto llorar a Don Bosco paseando por mi linde. Miraba al cielo. Suplicaba un signo…
A media tarde llegó al prado un hombre tartamudo para ofrecerle alquilar el cobertizo de un tal señor Pinardi… ¿Sería este el signo de Dios que Don Bosco esperaba? Tal vez.
Nota: marzo de 1846. Don Bosco alquila un prado a los hermanos Filippi para reunir a sus más de trescientos muchachos. Los juegos de estos degradan la hierba hasta las raíces. Al cuarto domingo comunican a Don Bosco la rescisión del alquiler (MBe II, 285-286; 317-319).
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