El enemigo en casa

Aprendiendo a Vivir

10 diciembre 2020

Verónica Muñoz

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Aunque sé que todos andamos siempre con mucha prisa, te propongo que dediques un minuto a hacerte dos preguntas: 1.- ¿Cuál es la persona con la que más te comunicas? Piénsalo bien. ¿Crees que es tu madre o tu padre? ¿O tal vez tu amigo o amiga? ¿O más bien tu pareja? ¿O quizás tus hijos? Pues siento decirte que no, que la persona con la que más te comunicas cada día eres tú.

Todos, desde que nos levantamos, no paramos de enviarnos mensajes y muchos de ellos no son de los que animan: “Qué asco de día este y encima solo estamos a lunes”, “No sirvo para nada”, “Odio que llueva y para colmo hay un atasco…”.

Este fenómeno se conoce en psicología como diálogo interno y no solo es esencial para nuestra salud psíquica, sino que guarda una estrecha vinculación con algo que perseguimos de forma continua: nuestra felicidad. Porque como decía el filósofo griego Epícteto: “No nos afecta lo que nos sucede, sino lo que nos decimos acerca de lo que nos sucede”.

2.- Si todo lo negativo que te dices te lo dijese tu mejor amigo o amiga. ¿Seguiría siéndolo? ¿En serio que lo soportarías? Desde luego que, si pudiésemos grabar todos los pensamientos que tenemos al cabo de un día y revisarlos, podríamos ver que nuestro diálogo interno está cargado de pensamientos negativos que minan continuamente nuestra autoestima.

Pero, ¿es posible controlar nuestra mente? Porque expertos, como el psicólogo cognitivo Rafael Santandreu, equiparan el funcionamiento de nuestro pensamiento con un “mono loco” o un enemigo interno al cual no podemos parar fácilmente, porque no atiende a nuestras instrucciones.

¿Cómo mejora mi autoestima?

Seamos sinceros; el proceso no es fácil. Pero, en mi caso, tras dedicar muchos días observando mi propio diálogo interno, creo que hay pequeñas estrategias que pueden ser útiles:

– Analizar, al final del día, los motivos de enfados o emociones negativas.

– Dejar notas con mensajes de diálogo interno positivo (“eres una persona maravillosa”).

– Dedicar un tiempo a agradecer (“tengo suerte por…”).

– Huir del victimismo, de personas tóxicas y de conversaciones destructivas.

Porque, volviendo a Epícteto, no olvides que tu felicidad depende sólo de tres cosas que están, todas ellas, a tu alcance: tu voluntad, tus pensamientos sobre las situaciones que te afectan y el uso que haces de tu mente.

Fuente: Boletín Salesiano

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