John Forbes Nash (1928-2015), fue un brillante matemático estadounidense que recibió el Premio Nobel de Economía en 1994, junto al húngaro-estadounidense John Harsanyi (1920-2000) y el alemán Reinhard Selten (1930-2016). Su concepto sobre el “equilibrio” ha sido una de sus contribuciones fundamentales con implicaciones en el campo de la economía, la biología, la política y otros (un servidor cree que también puede aplicarse a la teología). Su fascinante vida estuvo profundamente marcada por una valiente lucha contra la esquizofrenia paranoide, inspirando la película “Una mente maravillosa”, ganadora de varios Óscar en 2002.
La teoría del equilibrio de Nash sostiene que cada persona elige la mejor opción en las diversas situaciones de la vida, previendo las acciones de los demás. El ejemplo que utiliza para tal afirmación es el dilema del prisionero. Se trata del equilibrio en las respuestas de dos prisioneros confrontados, para los que confesar ambos es la mejor opción, basándose en el principio de maximizar el beneficio individual.
Jesús propone una lógica alternativa desafiando los cálculos racionales de Nash. El amor llevado a su plenitud, darlo todo por el bien del otro (Mt, 16, 25), es uno de los temas centrales del pensamiento del Nazareno. Su cruz, “jugada irracional” para la lógica de Nash, se presenta como elemento redentor dentro de la fe y se convierte en fuente de vida para toda la humanidad (1 Cor. 1,18).
Otros elementos del pensamiento de Jesús que contrastan con la teoría de Nash son: la cooperación frente la competencia (Hch. 2, 44-45), la fe frente a la desconfianza (Mt. 6, 25) y la gracia frente al pecado (Rm. 5, 20).
Por tanto, Jesús critica radicalmente ese ficticio e ideal “equilibrio del mundo”. Pero también podemos encontrar indicios de encuentro sólidos: la estabilidad y el Reino de Dios. Nash describe el mundo que es, mientras que Jesús anuncia lo que debería ser (Mt, 6-10). Su principio de equilibrios múltiples y la posibilidad de la conversión del ser humano. Nash admite la posibilidad de distintas posibilidades, Jesús llega a proponer incluso una nueva regla: “nuevo juego”, en la que hay que nacer de nuevo para “cambiar radicalmente” el equilibrio de “juego y jugadores” (Jn. 3, 3).
En definitiva, Nash nos presenta una lógica humana bajo la óptica de la racionalidad y la presencia del pecado, y Jesús presenta una nueva “matriz de juego” que trasciende la del cálculo humano (Rm. 12, 2). La fe cristiana no se basa en el “equilibrio estático” del ser humano, sino dinámico con un camino que, aunque fluctuante, corre hacia una meta, un final esperanzado, la plenitud en Dios. Si para Nash, lo mejor para el grupo surge cuando cada uno hace lo mejor para sí mismo y para el grupo, Jesús lo sitúa radicalmente en el extremo, vive totalmente para Dios (Gal. 2, 19). El bien común supera el interés individual (cf. Encíclica del Papa Francisco, Laudato Si, 2015).
Si bien para Nash el bien grupal “puede” emerger, aunque no siempre, como la suma de óptimos individuales, Jesús sitúa el fundamento en el bien común y el amor total a Dios (Gal 2, 19). El Papa, nos anima y alienta a retomar la figura de Ireneo de Lyon (obispo y teólogo santo, 130-202) como ejemplo de alguien que en un mundo fragmentado, supo centrar su atención en Jesús como “una puerta que nos une “, y no en un muro que separa (Jn. 10, 9).
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