El ilegal

De andar y pensar   |   Paco de Coro

28 diciembre 2022

Gran parte de la arquitectura que se estuvo haciendo en la posguerra tuvo forma y espíritu de muro, de muros. El edificio Sindicato Vertical, el del periódico Pueblo, los inmuebles de los Nuevos Ministerios, los palacios del Banco de España en las provincias, los mismos bloques de Casas Baratas y hasta los Grupos escolares y colegios, incluso el de los Salesianos-Atocha. Estuvieron encofrados con hormigón, acero y vigilancia. Crecía por todas partes una mentalidad de ocupación.

A pie de fronteras subían los predicadores a los púlpitos para llenar de retórica cualquier tema y darle el empaque de las Navas de Tolosa o la conquista de Améric. Don Filadelfo Arce fue el Homero narrador y numeroso de aquellas odiseas que duraron algunos años.

El acierto de ‘Don Fila’ estuvo en adoptar desde un principio una actitud heroica y posibilista, citando el Astete o el Ripalda. Nada, nada de entreguismos. Fe pura y dura. Dogma. Dogma.

Nos interpela con el Astete en la mano.

– ¿Pues hay más de un infierno?

– Hay cuatro -cuuuaaaa-trooo- en el centro de la tierra, y se llaman: Infierno de los condenados, Purgatorio, Limbo de los niños y Limbo de los justos o Seno de Abraham.

Recosidos a fuerza de confesiones y comuniones, Iglesias Negredo, Pimentel, Manero, Juárez, Caminos, escuchábamos a ‘Don Fila’. Pero ya él había recogido el hilo del Astete y proseguía con una simpática voz, voluntariamente fallona por lo estrangulada.

– ¿Y qué cosas son esos infiernos?

– El infierno de los condenados es el lugar adonde van los que mueren en pecado mortal, para ser eternamente atormentados; el Purgatorio es el lugar adonde van las almas de los que mueren en gracia, sin haber enteramente satisfecho por sus pecados para ser allí purificados con terribles tormentos; el Limbo de los niños es el lugar adonde van las almas de los que antes del uso de la razón mueren sin el Bautismo; y el de los Justos o Seno de Abraham, el lugar adonde, hasta que se efectuó nuestra Redención, iban las almas de los que morían en gracia de Dios, después de estar eternamente purgadas, y el mismo al que bajó Jesucristo real y verdaderamente.

La espinosa brillantez de ‘Don Fila’/Astete, con palabra decidida y acento hasta militar, enviaba a mi hermano Alejandro nacido, pero nacido muerto, muerto pero bautizado por si acaso, al Limbo de los niños o al Seno de Abraham. ¡Qué catecismos, qué pasada! Mi hermano Alejandro, entregado como apátrida y sin sitio seguro a uno o dos de los infiernos. Pero dejemos en la vitrina de la Historia el Astete o el Ripalda, al lado de las sacristías de posguerra, y volvamos a las noticias de hoy.

No hace mucho el Vaticano lanzó varios scoop informativos que trantornan de izquierda a derecha el paisaje mental del Universo. El Cielo no es un lugar. El Infierno tampoco. Desde hace 50 años, un servidor de ustedes lo viene diciendo sin originalidad ninguna así: El Cielo y el Infierno no ocupan lugar, caben en la punta de un alfiler, y enseñaba un alfiler que, al rozarlo con el micro, atraía la vista de los presentes hacia el ambón.

Lo más curioso es que cualquiera de estas afirmaciones, hoy ya papales, que subvierten la visión de tantos siglos y la cosmogonía de la infancia del mundo, ha provocado menos reacciones que las crisis de El Corte Inglés, Coca-Cola o Bankia. Por una sencilla lógica la derrota del mundo de los diablos, creados por la fantasía, no ha merecido ni un suelto en las páginas de Sociedad de El País, ABC  o El Mundo. Es sorprendente. Por palabras así sobre estos asuntos hubo tremendas trifulcas teológicas entre jesuitas y dominicos, franciscanos y agustinos, inquisiciones romanas o calvinistas, tormentos, suspensos en religión o descalificaciones personales. A mí me llegaron a llamar arriano algunos colegas. Por favor, amigo Don Ricardo, cardenal Blázquez, ¿dónde está el libro de Reclamaciones?

Jamás he dudado de la autoridad del Romano Pontífice, ¡faltaría más! No te olvides, amigo Javier, de que soy discípulo de Don Bosco, pero en estos casos los periódicos vienen difundiendo las noticias de forma bastante acrítica, desplazando las normas de estilo. Así, por ejemplo, y en cuanto a la derrota del Demonio, nadie conecta con la segunda parte. Mi amigo Laborda Barceló, que es buen novelista y excelente historiador, me dijo: «Mira, Paco, tú marcas el prefijo internacional, luego el 777 (que es un número perfecto según la Biblia), ¡y, zas, a ver si hay suerte!» Pero, oye, sale una sintonía de The Beatles, maravillosos, luego una carcajada estilo Jack Nicholson, un corto mensaje en inglés (¡claro!), seguido de un nítido ¡Manda coglions! en catalán. Debe de estar Belcebú por L’Ampurdà  o por cualquier avinguda de Barcelona.

Pues bien, a lo que no hay derecho, caramba, es a negar la existencia material del Infierno. Creo que es una auténtica falta de consideración para con muchos, muchísimos clientes vip, hombre: por favor, hay perfectos cabrones, rotundos y redondos, que se han ganado el billete a pulso y sería una injusticia universal el privarles de tan acreditado merecimiento. Además, el concepto de Infierno nació asociado, encajado, con un lugar físico. «Paquito, que como sigas mintiendo vas a ir a las Calderas de Pedro Botero, me decía Mama Nona, mi abuela. Es decir, que cada mentira la asociaba a un buen estofado con mis chichas para saciar el apetito de Lucifer o a un buen vertedero de basuras de cualquiera de nuestras ciudades. Y cómo y de qué manera están creciendo los vertederos en nuestras mismas calles de Madrid y no digamos de nuestro barrio de Lavapiés.

¡Ah, el Cielo! ¡Ah, el Infierno! Oye, yo creo que Cielo e Infierno se mueven hoy, todos los días, como si fueran la quilla y la popa de una patera, de cien pateras que se mecen a la deriva por el Mediterráneo. Y Dios es como un hombre, qué digo, Dios es hombre («Y el Verno se hizo Carne», Jn 1, 14), ese ser extraño, pequeñajo y débil como una brizna de hierba, que puede remar con sus pequeños bracitos. «Os anuncio una buena noticia / «Annuntio vobis gaudium magnum» (¡qué bien suena en latín!). Esa es la noticia, todavía no difundida por El Vaticano: «Dios no tiene papeles. Dios es un ilegal». Tiempo le faltará al Papa Francisco para proclamarlo urbi et orbi. Dios no tuvo papeles. Dios fue un ilegal en Belén de Judá. Y, como encima Herodes le buscaba para cortarle el pescuezo, junto a sus padres tuvo que huir de tapadillo a Egipto, para seguir siendo un sin papeles y un ilegal.

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