Una apuesta por la alegría
Crecí en la Alameda de la ciudad de Chieri. Cada primavera me regalaba miles de hojas nuevas; anticipo de mi fresca sombra estival. Luego, el viento frío del otoño desnudaba mis ramas. Vivía al ritmo de las estaciones. Mis profundas raíces se aferraban a la tierra.
Recuerdo aquel día de feria. Sonaba la música. Cuellos almidonados en camisas blancas. Revuelo de enaguas y faldas. Y de pronto, llegaron ellos. Les acompañaba una algarabía de gargantas enardecidas.
Se detuvieron a mis pies. Contemplaron mi tronco. Señalaron mi copa. Y, como quien pronuncia un conjuro, se desafiaron: «Quien ponga los pies en la rama más alta será el vencedor definitivo del juego y de las apuestas».
Les observé. Uno de ellos era un saltimbanqui profesional acostumbrado a rodar de feria en feria. Junto a él se hallaba su contrincante, un joven estudiante llamado Juan Bosco. Sus anchos hombros recibían las palmadas de aliento de sus compañeros. Apuesta tras apuesta, Juan Bosco había derrotado al saltimbanqui en la carrera, en el salto, en la habilidad con la varita… Yo era la última oportunidad para que aquel charlatán de feria recuperara el dinero perdido: o todo… o nada. ¡240 liras en juego!
Comenzó la prueba. Le tocó el turno al saltimbanqui. Cuerpo menudo y enjuto. Escupió sobre las palmas de sus manos. Las frotó. Trepó con sorprendente agilidad. Cuando llegó a lo más alto, mis finas ramas se cimbrearon. Temí que se rompieran… El saltimbanqui desafió el peligro. Colocó en ellas sus pies. En su rostro se dibujó una sonrisa; antesala del triunfo. Descendió. Y, con gesto burlón, indicó el camino vertical de mi tronco al joven estudiante.
Juan Bosco observó la rama a la que había llegado su contrincante. Noté en su rostro una mueca de desaliento. Inició la ascensión. Trepó. Se detuvo junto a la rama sobre la que había puesto sus pies el saltimbanqui. Un paso más y se quebraría.
Cientos de ojos estaban clavados en él. Silencio expectante.
Y, cuando todo parecía perdido, Juan Bosco agarró el tronco con sus manos… giró su cuerpo con un supremo esfuerzo. Y levantó los pies por el aire hasta colocarlos un metro más arriba que su competidor. Venció.
Aplausos de la multitud. Alegría de los compañeros. Rabia y desolación en el pobre saltimbanqui.
Días después regresó Juan Bosco con sus amigos. Señalaban mi copa una y otra vez. Les escuché decir que habían perdonado la deuda al saltimbanqui a cambio de una comida. Reían y eran felices. Juntos formaban La Sociedad de la Alegría. Me uní a ellos, y una sonrisa nueva anidó entre mis ramas centenarias.
Nota: 1832. Juan Bosco, estudiante en Chieri, acepta el desafío de un saltimbanqui profesional. Le vencerá en todas las pruebas, incluida la ascensión a la copa de un olmo. El saltimbanqui perderá todas las apuestas. Perdonarán la deuda al charlatán de feria a cambio de una comida para La Sociedad de la Alegría en la fonda El Muletto. (M.O. 1ª Década. nº 12).
Fuente: Boletín Salesiano
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