Dicen que 2020, “el año de los gemelos”, nació pletórico de expectativas, agudo de tono y convocando a vivir experiencias inimaginables. Marzo fue el “mes del recorte” con el reconocimiento oficial de una pandemia que nos ha hecho a todos vulnerables y sujetos de riesgo… Tratamos de descubrir el virus y sus síntomas; no fue fácil averiguar su procedencia y su identificación. Supimos que en la ciudad de Wuhan (China) se había originado un paisaje de muerte y de terror desconocidos hasta entonces, con la referencia a un murciélago que había contagiado un virus a los seres humanos…
Después, como quien no quiere que se sepa y ocultando su faz, junto a los contagiados, comenzaron a aparecer las mascarillas que, poco a poco se fueron haciendo universales, con algunas reticencias de difícil explicación. Cuentan que las palomas y las gaviotas conversaban e inquirían qué les pasaba a los humanos que andaban con la cara tapada y encerrados porque o no podían o no querían verse…
Los decesos se contaron por centenares, en casi todos los países, siendo nuestros “mayores” los más afectados por muy diversas circunstancias… Se contabilizaban números, pero se ignoraba a las personas que tenían nombre, familia y una larga vida entregada… Y como un secuestro del pasado, silencios de muerte se asentaron en las residencias de los ancianos y en muchas casas. Estábamos viviendo una historia presente que eliminaba nuestro pasado y abría interrogantes serios sobre el futuro.
Sintonizamos con un grupo de personas que, ante esta tragedia, tomaron las riendas del mundo haciendo de los hospitales su lugar de entrega. De su generosidad surgieron modos de esperanza… Y aplaudimos a los sanitarios saliendo a los balcones a las ocho de la tarde, cantando aquello de “resistiré”. Con el rastro de miles de caídos, como en una guerra sin enemigos declarados, se cerró la primera ola y nos adentramos, después de un doloroso, incierto e insufrible confinamiento, en la “nueva normalidad”. Se abrieron las ventanas de las ‘cosas’ y la luz surgió más cálida y esperanzada, pero siempre en la distancia y distanciados por normas que desaconsejaban la cercanía, en las que el abrazo estaba vedado y el amor era una cuestión de distancia sujeta a normas.
Y casi sin enterarnos, surgió la segunda ola. Ahora ya no fue la inexperiencia sino la costumbre de muchos siglos la que marcó los motivos del contagio. Uno de mis “amigos” comentó aquello de “mamá, que ya no te conozco” y otro susurraba: “Voy a pedir a los Reyes Magos que se acabe esto cuanto antes porque así no podemos ni abrazar a los abuelos”. Y muchos se fueron sin despedirse, rodeados de aparatos médicos, pero no de los suyos; y algunos jóvenes se marcharon cuando era el tiempo de abrazarse con intensidad a la vida… El día 10 de diciembre el Ministerio de Sanidad informó que “el COVID-19 había dejado 47.344 muertos y un total de 1.712.056 casos diagnosticados en España desde el inicio de la pandemia del coronavirus”.
Como regalo de Año Nuevo o de Reyes se anuncian las distintas vacunas que, es de esperar, pongan freno a los contagios y garanticen la vuelta a una vida más o menos normal. Se lo dejamos al 2021, que surge entre nieblas y entre no pequeñas desconfianzas. Si 2020 nació entre canciones, 2021 se nos anuncia tímida y calladamente, con bastantes esperanzas y no pocos miedos.
Ahora nos preparamos para celebrar la Navidad. Una Navidad reglada, restringida… Una Navidad pletórica de luces y colores, eso no puede faltar en nuestras ciudades, pero falta de calor. No podremos juntarnos todos los miembros de la familia. Cada uno con los “suyos” y algún posible “allegado”.
Está casi todo disminuido, enflaquecido… Que no lo esté la expresión de sentimientos de paz, amor, sinceridad, alegría, de tomar decisiones positivas, de perdonar y olvidar, de estar unidos, física o espiritualmente, con quienes queremos. Habrá tiempo para los regalos, para los “pinchos solidarios”, para extender juntos el almanaque, contemplando los días marcados en negro o en rojo o sin marcar, colgados del corazón de toda la familia. Tal vez sigamos encontrando gente que no sabe lo que celebra y por qué lo celebra. Como aquel que se ríe a mandíbula batiente ignorando el motivo de su carcajada… y, al intuirlo, su gesto se traduce en una mueca de incomprensión y vacío… Si la Navidad “no es una Navidad con amor”, tal vez carezca de sentido.
En Vigo, he recorrido la calle Camelias contemplando sus 402 camelios florecidos. Esta flor de invierno anuncia que la primavera no se corta ni lleva mascarillas. Por mucho que soplen vientos de pesimismo, algún día surgirá la primavera. Te regalo “estas camelias” para que sientas el suave olor y el color tan variado de la nueva primavera que se anuncia. Es cuestión de esperar contra toda “desesperanza”.
La esperanza tiene nombre. Nace Emmanuel, Dios-con-nosotros; todo es posible. ¡Feliz Navidad!
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