Tic, tac, tic, tac, tic, tac… Nunca sabré si empleé mi existencia en marcar el tiempo con precisión de reloj suizo, o si me dejé llevar por los latidos del corazón de aquel cura joven. Le conocí tras su ordenación sacerdotal. Yo fui el mejor regalo. Aquel mismo día me colocó en el bolsillo interior de su sotana, situado justo encima de su corazón. He sido testigo de su vida y de sus horas.
Tic, tac, tic, tac, tic, tac… Mi dueño consideraba el tiempo como un regalo de Dios. Siempre andaba apresurado, inventando mil cosas nuevas para aquellos chicos que, a pesar de sus pocos años, ya conocían el dolor áspero de la vida.
Tic, tac, tic, tac, tic, tac… Cuando le escuchaba charlar con personas serias y graves, sabía que muy pronto me tocaría mostrar la hora. En efecto, me tomaba con su mano derecha, me apoyaba sobre sus dedos, y con el pulgar abría la tapa. Escrutaba mis agujas y decía con voz de circunstancias: “Se me hace tarde. Ruego que me disculpen. Debo marchar”.
Sin embargo, cuando estaba entre los jóvenes se olvidaba de mí. Más de una vez, en medio de los juegos, echaba a correr. Entonces yo aprovechaba para salir y contemplar fugazmente aquel arco iris de vida que era el Oratorio.
Tic, tac, tic, tac, tic, tac… Fui testigo de excepción del día que cambió su existencia. Era verano. El calor apretaba. Hacía semanas que el ritmo de su corazón era irregular. De pronto se desplomó sobre el suelo. Le llevaron a la cama. Le desabrocharon la sotana. Llamaron al médico. Sus palpitaciones eran irregulares y débiles. Tac… tac… tac… Conocedor de lo importante que es un ritmo fuerte y regular para la vida, me temí lo peor. El Oratorio se tornó lánguido. Las manecillas del reloj de la alegría parecían querer detenerse para siempre. Los chicos rezaron como nunca lo habían hecho.
Semanas después le sentí recuperado. Fue entonces cuando, emocionado por el afecto de sus chicos, hizo una promesa: “Todos los minutos de mi vida serán para los jóvenes”.
Yo soy testigo callado de la promesa cumplida. He tenido el honor de marcar todos los minutos de una vida entregada a los jóvenes.
Nota.- Julio de 1846. Don Bosco cae agotado y enfermo de tanto trabajo. Se teme por su vida. Los jóvenes del Oratorio rezan por él. Cuando recupera la salud le reciben con muestras de gran alegría y afecto. Don Bosco renueva la promesa de entregar toda su vida a los jóvenes.
0 comentarios