Una melodía para la educación
Nací durante la noche. Mi cuna fueron trece páginas de un sencillo cuaderno. Los trazos de la desgarbada letra de Don Bosco dieron forma a mi cuerpo. Con las primeras luces del alba, mi creador comenzó a traducir cada una de mis palabras. El elegante italiano que adornaba mi cuerpo se fue convirtiendo en un francés balbuciente y tosco.
Yo era el deseo de los prohombres que financiaban los Talleres Salesianos de Formación Profesional de la ciudad de Niza. Habían rogado al sacerdote que explicara el secreto de su forma de educar.
A media mañana, Don Bosco comenzó a pasear por entre los árboles que circundaban los talleres. Repetía en voz alta las frases en francés. Ensayaba la mejor pronunciación.
De pronto, se le acercó un muchacho. Vestía prendas raídas. Extendió la mano derecha pidiendo limosna. En su otra mano portaba un violín. Don Bosco se olvidó de mí. Entabló un diálogo lleno de afecto y respeto. Agucé el oído. El chico era huérfano de padre. Su madre estaba enferma. Ambos vivían en la miseria. Apenas sabía leer y escribir. No había recibido formación religiosa. Se ganaba la vida tocando el violín en cafés y tabernas. Don Bosco le dio una limosna. Y, para mi sorpresa, le emplazó a regresar por la tarde.
Atardecía cuando llegaron los miembros del Patronato de San Pedro. Hombres vestidos con trajes lujosos y señoras portando sombreros decorados con cintas y plumas. El salón estaba repleto.
Se hizo el silencio. Los ojos de todos estaban fijos en Don Bosco. Iba a explicar «su secreto». La responsabilidad atenazó mi cuerpo. Temí quedar marcado para siempre con el hierro del ridículo. Pero no fue así. Mi dueño inició su disertación con voz firme. Con su mano izquierda sostenía el pequeño cuaderno que me albergaba. Me emocioné al escuchar mi nombre en francés: «Le Système Préventif dans l’éducation de la Jeunesse». Al concluir, una cerrada ovación rubricó sus palabras.
Pero, cuando nadie lo esperaba, mi dueño alzó la mano. Cesaron los murmullos. Con gesto solemne presentó al muchacho de la mañana. El joven hizo una reverencia. Tomó el violín con suavidad. Lo apoyó sobre su hombro izquierdo. Entornó los ojos. Respiró profundo. Se escuchó el leve rozar del arco sobre las cuerdas. Y su música llenó el salón.
Desde aquella tarde ha transcurrido siglo y medio. El mundo entero me conoce como el «Sistema Preventivo» de Don Bosco. Soy el protagonista de congresos, conferencias, tesis y estudios… Pero lo cambiaría todo por volver a escuchar aquella melodía que quedó flotando en el aire aquella tarde; una melodía joven que fue el inicio de la sinfonía educativa de Don Bosco.
Nota: 12 de abril 1877. Las personalidades del Patronato San Pedro de Niza financian las escuelas profesionales de esta ciudad. Ruegan a Don Bosco que explique su estilo educativo. Tras hacer público el texto de «El Sistema Preventivo», Don Bosco invita a un muchacho pobre a ejecutar una melodía al violín (MBe XIII, 99-103).
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