La Virgen de Don Bosco
Amigo Javier:
Llegó la Virgen de Don Bosco a Madrid, en septiembre de 1899 a la calle Zurbano 50 y a la ronda DE atocha en 1901.
Los madrileños descartábamos ya el enfrentamiento, como todos los españoles de ambos hemisferios. Todavía.
Apenas, apenas, acabábamos de salir, como quien dice, de las prolongadas y crónicas guerras del siglo XIX: las carlistas, las cantonales, las coloniales.
Estallido colonial.
Estallido cantonal.
Estallido regional.
Pasiones perdidas.
Guerras perdidas.
Colonias perdidas.
Adiós Cuba, en Santiago.
Adiós Filipinas, en Cavite.
Adiós nuestro gran amor.
Adiós nuestro gran orgullo.
Adiós pertenencias.
Adiós identidades.
Adiós pujanzas.
Adiós seguridades.
La Virgen de Don Bosco es la bienvenida anhelante, junto con los primeros salesianos a Madrid –Oberti, Luguera y Vega–, procedentes de Utrera, primero en Zurbano 50 y después en Ronda de Atocha 17, de la mano de Mari Paz Sánchez, primera cooperadora, discípula y cofundadora con Santa Vicenta M. López Vicuña y discípula y penitente de San José María Rubio,
labios útiles todos que se abrasan,
entre los anhelos y juguetes rotos de niños de la calle,
hijos de madres/padres, lavanderas o modistillas
y la caricia del cielo.
La Virgen de Don Bosco, recién llegada,
bajo la piel del óxido del barrio,
escribe sus palabras nuevas, tan viejas,
desde Lepanto o desde Fontainebleau,
junto a los árboles geometrizados de El Prado o El Botánico,
–Carlos III por medio–
en los que luchan por hacerse camino
las flores de los balcones
en las corralas,
a un tiro de piedra, Neptuno y Cibeles
y el Señor de Madrid: el Cristo de Medinaceli.
Ese “pasaje de la luz”, canonizado por la Unesco.
La Virgen de Don Bosco viene a Lavapiés
“a echar una mano”, “a ayudar”,
para recorrer la Hiroshima devastada
al Dakar de Léopold Sédar Senghor;
desde el amor cauterizado a la pasión sin fin,
en las estaciones de tren de Ferrocarril, Peñuelas y Atocha,
lejanos todavía los atentados del 11 M,
donde se hacen color los huesos rotos
y se hace la hora de la verdad amordazada,
“que nos hará libres”,
junto al cauce sonoro de las venas rotas.
La Virgen de Don Bosco enhebra restauraciones
repúblicas y transiciones,
para aquilatar la higiene de la convivencia democrática,
forma posible de activismo contra alanistas, macarras, desaprensivos,
desde el regeneracionismo (escuela, despensa, catecismo),
–culturismo del bueno–
que hace las calles soportables,
los foros participativos
los sudarios, habitados por “hijos de Dios”,
hasta llegar a la encrucijada,
que iluminan futuros con traídas del pasado:
dos mil años de discipulado cristiano,
clavado sobre la cruz de cada día
en el establo iluminado de cada hogar.
La Virgen de Don Bosco vuela al barrio
donde nada se olvida,
para entreabrir los rezos
de las devociones sagradas,
de La Almudena a la Paloma,
de la Melonera a la del Rosario,
de San Isidro a la Beata Ana,
para arañar con tiento la soledad
adolescentes y juvenil,
presa y hasta encadenada
a juegos y desvíos digitales mil,
donde reciben, complacidos, el excitado cacareo
de su curiosidad.
La Virgen de Don Bosco resucita los colores
que perdió Picasso,
en los negros sombríos de la guerra
del Guernica en el “Reina Sofía”
y escudriña los ojos de nuestros mártires,
desde José Lasaga a Andrés Jiménez,
desde José Calasanz a Jaime Ortiz Alzueta,
hasta descubrir la locura olvidada de Ramón Goicochea,
director de Salesianos Atocha en 1936
y el trienio del “loco” Leandro Sáiz en el manicomio de Trillo,
vidas amputadas, cicatrizadas tan sólo en el más allá.
La Virgen de Don Bosco trae el aire que necesitábamos,
para habitar una intemperie
como la posguerra,
espinas hirientes de pueblos y barrios,
desde Arganzuela a Lavapiés,
desde Tetuán a San Blas,
desde hinobus sin tiempo,
si bien su voz
declama heridas y zozobras,
con cartillas de racionamiento
plagas de liendres y piojos
y estraperlo compulsivo.
La Virgen de Don Bosco vuelve a los patios alegres,
allí donde siempre es de día,
allí donde puedes estrechar las manos queridas,
allí donde amanece a veces por las tardes del Oratorio,
hasta en verano
con Ramón Soler, Ignacio Urtasun o Higinio Arce en posguerra
que con Sergio Huertas, Santiago García, Lauro Martín
y donde el tiempo siempre es un chico juguetón y bullebulle
que sonríe
y nos acerca al oído su modo de empezar y continuar
una y otra y otra vez,
entonces en Béjar o en las Navas del Marqués,
hoy en el universo mundo.
La Virgen de Don Bosco se detiene
en las canchas del voleibol de los “setenta” y “ochenta”
con Manolo Sánchez, Teodulio Ampuero, Agustín Pacheco
y los cientos de garzones “voleibolistas”,
“Campeones de España”,
porque lo que de verdad importa es la calidad humana,
el genio, deportivo y solidario,
la apuesta social y educativa.
Para Salesianos Atocha el deporte como el hombre mismo se encuentra entre dos fuerzas contrarias
que lo solicitan:
una es la belleza de la audacia absoluta, del cuerpo; la otra, la fascinación del abismo y del triunfo, del alma.
La Virgen de Don Bosco hoy reina por entre pandemias, sequías, guerras, calentamientos y agendas
inducidas o por inducir
del brazo de amigos libres, católicos y humanistas: Val y Fernando, Ester y santitos todos, Ramón y rebollines del 109, NIPACE entero, Vicente G. Tello y Victoria Eugenia, Echaniz y Bataneros mil, LuisFran Guijarro y guijarrines y cien mil, Maganes con su obispo a la cabeza, Rodris y Aurora con rodriguines, Don Atilano con parte de su diócesis alcarreña, Isi con sus aragoneses, Hernandos con todos sus “borrachos”…, solvencia médica y cercana,
sin confundir las amenazas víricas o bélicas
con un nosotros contra nosotros,
fortaleza para desandar los caminos errados
–tantos–
y optar por la vida y la curiosidad constante.
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