Tener un momento de calma y tranquilidad se ha convertido, de manera general, en algo muy cotizado en la sociedad de hoy. Las obligaciones de nuestro día a día nos mantienen dentro de un tren de alta velocidad en el que nuestro viaje se desarrolla entre los vagones del trabajo, la familia, las relaciones sociales y de amigos… Y es curioso la de gente que viaja en ese mismo tren. Un tren del que es difícil bajarse y del que la publicidad hedonista actual solo nos vende la confortabilidad del mismo y cuanto nos ofrece su interior, tratando de intensificar la opacidad de sus ventanas para que el viajero no sea consciente del paisaje que va quedando atrás sin poder ser contemplado. ¡Dónde quedaron aquellos trenes de primera mitad del siglo XX! Trenes lentos que, aunque algo incómodos, permitían al viajero disfrutar con calma del paisaje que iba serpenteando en su trayecto.
Fuera de mi tren
Cada día trato de hacer el ejercicio de mirar un rato fuera de mi tren. Es más, os animo a ello, pues solo así seremos capaces de ver muchas cosas que en la vorágine del día a día pasan desapercibidas. Quizás sea la edad lo que me lleva a ello, pues me acerco ya al medio siglo y además anticipo que, en unos meses mi hija mayor marchará de casa a cursar sus correspondientes estudios universitarios, pensamiento que me lleva permanentemente a buscar en mi cabeza los mejores momentos vividos en familia con ella y verbalizarlos en la misma. Puede que en un afán personal de ralentizar la marcha de un tren que, desafortunadamente, no tiene forma de volver atrás.
Hay una frase que Don Bosco destaca de su paso por el seminario de Chieri y que se puede leer en un reloj de sol que aún se observa en una de sus paredes: Aflictis lentae gaudentibus hora est (El tiempo pasa lento para los tristes, rápido para los que están alegres).
Uno esta frase del reloj del seminario de Chieri a la idea de la velocidad de nuestro tren, pues es fácil que caigamos en confundir la velocidad de nuestro tren con la sensación de que se nos haga corto el viaje. En absoluto nada tiene que ver una cosa con la otra. Sin duda, en una buena compañía y observando la belleza del paisaje a través de la ventana a una velocidad que permita disfrutar de cada detalle, puede hacerse más rápido y placentero el viaje de nuestra vida en el que cada uno de nosotros inevitablemente va a llegar a su destino. Lo fascinante no es pues la velocidad, sino haber elegido a los mejores compañeros de viaje, disfrutar de cada momento compartido con ellos y por supuesto recrearnos de las maravillas que nos ofrece el paisaje, pues la verdadera felicidad no está en el destino del viaje sino que reside en la forma en que cada uno lo realiza.
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