- La gonnina
Quiero saber todo sobre los sardos.
Yo diría que las madres sardas, viudas, son madres terribles.
Lo de no querer olvidar es una obviedad cada mañana.
Es un lugar común del que me previene el párroco Don De Rosa
y dificulta el duelo del marido y lo alarga.
– “¡En el nombre del Padre, y del Hijo…
Doy inicio a la misa tempranera.
– Fratelli:
Es lógico que nos resistamos al olvido de los nuestros,
porque esa es la derrota final frente a nuestra gran enemiga,
frente a esa asquerosa muerte, –schifosa, schifosa–
que es la destructora de las dulzuras,
la separadora de nuestras familias,
la aniquiladora de los sentimientos,
la exterminadora de las culturas
y
la constructora de tumbas y cementerios,
que sabe mucho sobre el combate desigual
de los humanos contra la Parca.
…y del Espíritu Santo!” –Amén.
Tía Pietruccia, tía Xallu, tía Tedde, tías Melis…
no soportan el ultraje de la luz
y se cubren la cabeza con “la gonnina”
–ese velo, total e inexpugnable–
que aprisiona hasta sus pensamientos
y tiene miedo de salir a la calle.
“La gonnina” tiene algo de promesa
tiene algo de apuesta
tiene algo de profecía
tiene algo de vértigo,
aplastada la música gregoriana
bajo los alcornoques
y llena sus maletas
de futuros vacíos,
desafiando día tras día la ley del ocaso.
- Intenciones de misas
Las viudas sardas recuerdan a los maridos muertos
en carne viva,
y por eso prohíben a sus hijos
que mencionen al padre en su presencia:
Supongo que les duele demasiado
y temen romperse delante de ellos.
– Don Franchés, apunte misa de aniversario.
– Por mi marido Sanna.
– Por mi marido Strinna.
– Por mi marido Puddu.
Se detiene el tiempo en cada “intención de misa”.
Escribo en mi agenda perturbadora,
que sabe, de sobra, cuál es su misión:
Ni comprender el mundo,
tratar de entrever la eternidad.
Tiñe luego de la misa
la mañana de colores homicidas.
Se expresa con la voz más solemne
de tía Pietruccia,
–en su casa guardo mis dos sotanas–
de su garganta profunda,
de su ademán de mármol.
– Don Franchés, por las benditas almas del purgatorio.
– Por los asesinados de Orgosolo.
– Por los muertos en atentados en Roma.
Aúlla entonces el miedo,
porque los 500 raptados y asesinados en La Barbagia
no pueden entender la verdad imposible
de la “vendetta”.
Vivo en la sacristía de Nulvi el tiempo de las viudas,
ese atroz criminal que les ha separado del amor,
en el lado contrario de la ausencia;
El futuro de Cerdeña anda suelto
por las calles desiertas como un perro sin amo.
Se detiene el tiempo en cada esquina
de las palabras del aprendiz de cura.
- Gregorianas
“Nunca ha existido una mazmorra
más inexpugnable,
que aquella de la que el prisionero
tiene miedo de salir” (Velaza).
Sin esa treintena de bienaventuradas sardas,
enfundadas todas en sus “gonninas”,
viudas y madres casi todas
–frágiles, nerviosas, demasiado apasionadas–
no tendría sentido mi estancia en Nulvi.
– Paolo y yo estuvimos juntos veintiún años– dice Lucía.
– Fue, tanto para él como para mí,
la pareja más larga de nuestras vidas,
con gran diferencia sobre las anteriores, padre Franchés.
– Creo que le conocí mejor que nadie,
y desde luego en mi vida no ha habido
ni habrá una persona como él,
que llegó a conocerme tanto como él.
Le quiero encargar treinta misas gregorianas.
– ¿Se las digo en Roma?
– Avíseme cuando empiece, Franchés.
– Signora Zallu, a sus órdenes.
Y la cosa es que las viudas de Nulvi no querían olvidar.
No sabían. No podían.
– Es extraño: desde que murió mi Luigi
no sólo echo de menos su presencia,
seguir viviendo con él y verle envejecer,
sino que también añoro su pasado en Olbia.
Su niñez, esas tardes de verano en barco por el puerto.
Querría poderme beber, como un vampiro,
todos sus momentos de felicidad.
Don Franchés, dígame treinta misas gregorianas.
Le he añadido mil liras más de lo ordinario.
– No hacía falta Signora Strinna.
- El luto
En cualquier caso, las mujeres sardas,
“con o sin gonnina” me parecían brutales,
violentamente poseídas por sus emociones,
aunque se esforzaran por ocultarlo.
Me siento a confesar un rato después de la misa.
Todos los días.
Entre padres e hijos también puede haber
cantidad incalculable de luz.
– Sia lodato Gesucristo!
– Siempre sea alabado.
– Antes de confesarme quisiera decirle que me quedé viuda hace poco.
– Supongo que es inevitable decirle que lo siento, señora…
– Conforme con nuestra tradición la viuda guarda luto por un año, ¿sabe?
– Hay lugares de España donde también se guarda.
– Así pues, durante un año no saldré de casa.
Me saltaré las misas de domingos y festivos.
Serán las vecinas más allegadas y familiares las que vengan a verme.
Allí rezaremos el Rosario, padre, y poco más.
En mi casa las costumbres se cumplen, padre.
– ¿Y bien?
– Es inevitable proyectarse en los hijos de algún modo,
de la misma manera que es inevitable por parte de los hijos
exigir a los padres una dimensión mítica posible.
– Yo puedo con este año de duelo, evitando chismes y hablillas.
– Enhorabuena, señora. Pero si puede romper el luto
algún domingo y se acerca a misa…
– ¡Uy, padre, sin salir hasta el final, por mi querido Pietro!
– Y ahora me acuso de…
– Yo te absuelvo de tus pecados, en el nombre del Padre…
– Señora –concluyo– sólo ese amor absoluto y centelleante que siente hacia su marido permitirá el milagro de comerse la lengua durante un año. Deo gratias!
Por una de esas curiosas coincidencias que tanto abundan en la vida, resulta que Nino Fois me invita a su casa a merendar.
– Es mi cumple Franchés. Son 21 tacos, oye.
– Mi madre ha preparado chocolatada especial.
– Precisamente vive su año de duelo por la muerte de mi padre.
Y las vecinas se juntan para charlar sin escrúpulos.
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