Desde que tengo uso de razón, la conocida magia de la Navidad recorre cada rincón de mi casa. Se encarga de decorar hasta el mínimo detalle y de preparar todo con esmero, pero, sobre todo, de que sintamos el Amor de Dios en todos esos pequeños momentos.
A esa magia tengo la suerte de llamarla mamá.
Siempre se ha cerciorado de que vivamos estas fechas de la forma más especial posible, y da igual que mi hermana y yo hayamos crecido, que seguiremos encontrando una carta de Baltasar cada 6 de enero, unas preciosas velas de Adviento en la mesa de Nochebuena y una sonrisa en su cara, aunque haya cada vez más sillas vacías.
Ella se asegura de que Dios nazca en nuestra casa y de que descubramos que el verdadero oro es estar juntos, que el incienso reside en el perfume de mi abuela al abrazarla y la mirra es el paseo sanador que termina con un chocolate caliente.
En definitiva, que lo verdaderamente importante se esconde en lo pequeño. Como que Jesús naciera en un pobre pesebre. Crecer en una casa donde eso ha sido y es el centro de nuestro hogar, hace que te des cuenta de lo preciosa que es la vida cuando es compartida.
Mamá me ha hecho darme cuenta de que lo extraordinario no es aquello que “cuesta” mucho, sino lo que vale en clave de corazón: como que mi padre vaya siempre a recogerme a la estación, que mi hermana me dé mimos cuando sabe que la necesito, que mi abuela me repita que reza por mí o que mis amigas improvisen planes solo para hacerme sonreír.
Mamá ha conseguido que aprenda a ver la vida con otro tipo de gafas, a través de la Fe y del Amor, me ha descubierto un mundo nuevo, tremendamente duro, pero curiosamente asombroso. Un mundo que, en medio del barro, decide calzarse unas botas y mancharse para ayudar al prójimo. Así entiende mi madre el Amor, manchándose por otros, entregándose a los demás.
Y en estas fechas, mi madre no es solo mi madre, es “te he traído el turrón que te encanta” (porque sé que estás mal). Es una oración antes de cenar, el belén cuidado a la entrada de casa y las felicitaciones de Navidad personalizadas. Ella es esperanza viva.
Por eso es imprescindible que valoremos a aquellas personas que nos recuerdan el verdadero significado de la Navidad, porque puede que, sin ellas, Su Amor no llegara igual a nuestros hogares.
Gracias, mamá por llenar nuestra casa de Amor del bueno, hoy y siempre.
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