Noto un cierto dolor que trepa con dificultad por el muro de la Memoria Profunda. Ya conozco el diagnóstico.
Amigo Javier, hoy quiero abrir para nosotros dimensiones desconocidas a la parodia. Pero es un alborozo para mí el certificar su hallazgo.
Mira, yo nunca he resistido a los embates de la vida con camisetas con mensaje, como sugiere alguna película hecha por estupendos.
Vino el otro día Fernando Ruiz Grande a verme y charlamos.
– Vives por los pelos, Don Francisco.
Y van tres “por los pelos”. Te debo tres.
Da un paso adelante. Escribe. No pierdas tiempo.
¿Y a callar?
No apagues la luz, Don Francisco. Que se joda la compañía eléctrica.
¡Maldita escritura! Es peor que la bicha de coca, joder.
¡Cocainómano de palabras!
El oficio más hermoso del mundo –añade– y el más útil.
¿No me estarás vacilando?
“Lee que se te nota”. ¿Te acuerdas?
Quedaría macanudo como grafitti en cualquier Facultad de Periodismo, por ejemplo, la de Leioa, donde impartí cursos de doctorado de Historia allá por los ochenta y tantos. Qué será de De La Granja, De Pablo.
Mete un ojo hacia dentro y luego escribe.
¿Estás bien?
Te envié los resultados sobre el COVID-19 y… creo que sí.
No, no, me refiero a tu estado general.
Sí, bueno, a veces se me va la cabeza.
Tendrías que mirártelo. A lo mejor tienes el casco averiado.
No, Fernando R., no es una avería –afirmo demasiado rotundo y demasiado precipitado–. Yo creo que son distracciones. ¿Tú te acuerdas de cuando había bandadas de golondrinas en el cielo doméstico del depósito de aguas de Salesianos Guadalajara?
Fernando mira hacia arriba. Y no encuentra el recuerdo. Se encoge de hombros y suspira.
No, puede ser, sí, no.
Si las hubieras visto –añado– no lo habrías olvidado nunca.
Yo cuidaba caballos y mastines. Les llevaba de comer. Trabajaba. Ayudaba a mi padre en su negocio.
¿Sabes lo primero que debería aprender hoy un comunicador?
¿Cualquier comunicador?
Sí, sí, político, cura, periodista… Pues a saber meterse un dedo en el ojo. Y después a ser un abanderado del cinismo…
¿He oído bien? ¿Pero eso es compatible?
Que le guste saber lo que vende, Fernando R.
Y con sed panteísta de conocimiento, curiosidad y silencio me encerraba en el Depósito de Aguas del colegio, con devoción y terquedad, que yo apellidé de Buhardilla de Balzac, rechazando prosélitos.
El móvil de Fernando R. huele a quemado.
Nosotros los médicos –dice– siempre estamos en peligro, me lo musita casi al oído. Y un luego, un poco más alto, más alegre: Deberíamos tener un helicóptero de Salvamento todo el día encima de la cabeza.
– Aspira Memoria, Paco.
En la Buhardilla de Balzac los animalillos tenían algo de traedores de ausencias, de historia. Y donde están a gusto los animalillos, está también a gusto la gente.
– Aspira Memoria, Paco, por necesidad y por terapia.
Pues, además, en la Buhardilla estuvo la salvaje compañía de la vida. Nada más y nada menos que una zarza sorprendente que prendió porque sí en una grieta de la mansarda, justo a la altura de tres pisos, y trepó por el canalón hasta entrar por el tragaluz.
– Aspira Memoria, Don Francisco, en un proceso totalitario de escritura y reescritura. Igual de ello depende también tu salud psíquica y el sentido memorístico de tu vida.
Cuando la gente de Guada llenaba las playas, para mí eran los grandes días de creación. Marchaban a Levante los Balaguer, Alonso, Echániz, Cámara, Tole, Rodri, Pozo de Cozar, Orea, Aragonés, Hernando, Acebrón, Leceta, Bris, Laso… yo avanzaba en un puñado de libros para la Memoria Profunda.
¿Pasaron cinco años de Buhardilla?
Siete penitentes y maravillosos años. Infatigables.
El resultado fue de una audacia revolucionaria: una especie de campamento base en la falda del Himalaya del ensayo. Preparé y ultimé Colonización política del catolicismo (1941-45), (Premio Irún 1978), Guipúzcoa en la democracia revolucionaria (Premio Irún 1979), Catolicismo vasco, entre el furor y la furia (Premio Donostia Apraiz 1995), Iglesia y País Vasco en la primera guerra carlista (Premio Donostia Apraiz 1990) y Nacionalismo vasco y Frente popular (Vitoria, Premio Unamuno 1985).
Bendición. Bendiciones, ¿no? De pronto campeón del ensayo vasco. El culo que se posa justo justo en la aguja de la buhardilla, como exportador autorizado de cultura vasca y española, y como tal recibido.
Así me sentía, Fernando, desde hacía tiempo, y más desde que llegué a Guadalajara. Un apasionado siempre, me define Antonio Acebrón.
¿Un eccehomo desbocado, embridado por la posesión de sus libros y la fe en sí mismo, no Don Francisco?
Un “sangre caliente”, dice Echániz. “Un luchador”, afirma Leceta. “Un Borgia”, concluye Román Jasanara.
Mira, Fernando, influido por la introspección agustiniana desde muchacho, di el paso decisivo de seguir, promover y situar en la Universidad a los cien muchachos que cada año pasaban por el aula de COU. Todos de talento encendido, ganas de discotecas y motos, se descubrían a sí mismos en las amistades con las “Anas”, “Adolatrices”, “Francesas”, destilados de todo lo accesorio para abrazar su experiencia personal, que al final era experiencia universal.
Pero volvamos a la gran ventana de la buhardilla, Don Francisco.
Era enorme, distribuida entre doce vidrios sucios, uno de ellos roto, por el que fue muy fácil espiar y entrar a la curiosa zarza, por esa pasión prensil de todas las zarzas.
¿Aquel vidrio estaba roto cuando llegaste?
En realidad, llevaba años así, porque cuando el cristalero iba a poner un nuevo cristal, el administrador de turno lo detenía. Total aquí da igual. Además, dónde iría a parar aquel vivero casi total.
Una obra de vanguardia pobre ese vidrio, ¿no?
Un homenaje a El vidrio roto, ese cuento sorprendente sobre la emigración a América de los gallegos por la simpar Doña Emilia Pardo Bazán. Con esa breve historia de un ventanico con el vidrio quebrado ella contó una epopeya, la del emigrante gallego que volvía rico con una única nostalgia obsesiva, la de dormir donde dormía, la de soñar donde soñaba.
Aspira Memoria.
Un puñado de mar para la memoria profunda. Un océano.
¿El de la Costa de los Vascos?
En el cielo de la Concha una bandada de estorninos.
En realidad, Donostia siempre me dio suerte.
Tú sabes usar la lengua como la punta de una navaja.
Todo se aprende, Fernando. Mi entrega para traer historia fue sacerdotal, fue una forma también de ejercer el sacerdocio, a la manera de Juan XXIII, excelente profe de Historia de la Iglesia en el seminario de Bérgamo durante tantos años.
Así pues, ¿la breve historia de tu ventana alcarreña vino a contar otra forma de epopeya, la tenacidad de un idealismo? ¿Una especie de aleación moral?
No lo sé, Don Triquitrake. Pudo ser el contacto entre unos orígenes modestos y una educación atenta, sobre todo de mi abuela Mamá Nona y de mi tío, mosén Gregorio, desde muy pequeño. Esa sí que fue una aleación moral.
Inmerso en el ajetreo de una jornada cualquiera de clases, ¿lograbas escribir?
Bueno, me logré organizar y publicar Revolución burguesa e ideología dominante en el País Vasco (1866-67) (Vitoria 1985), San Sebastián, revolución liberal y segunda guerra carlista (Donostia, 1986) y, en fin, Política eclesiástica de los gobiernos liberales en Euskadi (1868-1876), Vitoria 1988.
¿A tanto entusiasmo le sucedían paradas de mulo?
No, para nada. Una vocación no se aparca.
No es talento, Fernando, sino genio inmolado lo que se precisa para llevar este arduo trabajo hasta la frontera de lo indecible sin dejar de usar un lenguaje sencillo, directo, antirretórico. El vuestro.
El vidrio roto.
Y a través de él la zarza invasora que yo procuré guiar a modo de emparrado, vino algún petirrojo, la pareja de golondrinas y allá en la esquina entre penumbras un pequeño retén de murciélagos que protegían de la polilla mis libros más apetecibles.
Oí decir a Arturo Orea y a Nardo Orozco que los murciélagos procedían del desván de la Casa Cuartel de la Guardia Civil.
Suena el móvil.
Esta vez el móvil de Fernando Grande huele a quemado de verdad.
Brindo con Fernando y Sara, su hija, por el vidrio roto de Guada y pido a la inteligencia hoy el nombre exacto de las cosas, la verdad exacta de los hechos, sin una sílaba de más, sin una de menos.
Cuánto te inspiró ese vidrio roto de las zahurdas de plutón abuhardilladas de los áticos gloriosos de Guadalajara, Paco. Y más aún tus jóvenes, que ya no lo son tanto, pero que son tus amigos cada vez más.
Paco, bonito relato con Fernando recordando añoranzas de aquellos años maravillosos vividos.
Delicioso, sigue entregado a la literatura como bien te recomienda tu médico de cabecera! Y los demás te lo agradeceremos, y prolongarás tu vida